El otro día corrió por el mundo la noticia de que, en España, un toro mató al torero ante una multitud de fanáticos que presenciaban la corrida.
La muerte de una persona, quien quiera que sea, es un suceso lamentable, sobre todo si ocurre en circunstancias trágicas, como ha sido en el caso que comento.
Pero ¿qué me dicen de los miles de toros que son asesinados por gusto o diversión en las llamadas “fiestas bravas” alrededor del mundo, con alevosía, premeditación y desigual “armamento” para el torero enfrentar al noble animal, como son los banderilleros, los picadores de a caballo y la espada fatal del “mataor”?
Repito que no me alegro de que el toro matara al torero, pero sí pienso que el toreo es un deporte salvaje que se practica en países civilizados, por paradójico que parezca.
Lo mismo puede decirse de las peleas de gallos, otra salvajada que pone a matarse entre sí a los pobres animalitos mientras sus dueños apuestan dinero y se emborrachan en extrañas e incomprensibles orgías de sangre.
Dios nos ampare.