Entre los muchos elementos a través de los que se puede medir la madurez de la democracia en un país se encuentra el que los procesos electorales no alteren la cotidianidad de los ciudadanos.
La dominicana se altera desde el asomo de la precampaña, muestra indiscutible de que la democracia nuestra padece del síndrome de “Peter Pan”. Así se denomina a aquellas personas que pese a ir acumulando años siguen comportándose como niños.
La democracia dominicana padece de ese síndrome pues pese a ser de las más longevas del hemisferio no termina de madurar.
República Dominicana empezó a construir la democracia que hoy vivimos desde 1966 con la salida de los estadounidenses tras su segunda invasión del siglo XX. Los doce años de Balaguer fueron un periodo de confrontación ideológica que se tiñó de sangre, pero se mantuvo hasta llegar a 1978 cuando a fuerza de voto y con la ayuda de la comunidad internacional se produjo una transición democrática.
Vinieron los períodos de Antonio Guzmán y Salvador Jorge Blanco, se consolidaron las libertades públicas, pero las confrontaciones internas del partido en el poder retrasaron la madurez de la democracia dominicana.
La vuelta de Joaquín Balaguer encontró al país con unos avances en cuanto a respeto de derechos humanos innegables, los cuales eran irreversibles.
Pero su estilo caudillezco y la debilidad de un PRD dividido eliminó el contrapeso requerido para consolidar el desarrollo institucional. Ese fue el período de los grandes líos electorales y del manejo antojadizo de las instituciones públicas.
Los primeros cuatro años de Leonel Fernández se observó un camino a la modernización del Estado, pero el estigma de “comesolos” los sacó del poder para darle paso a un Hipólito Mejía, que aunque bonachón y relajado, tenía fascinación por el caudillismo.
El retorno del PLD con Leonel en el 2004 no constituyó en una continuación de la modernización, sino en tomar para sí prácticas balaguerista y dimensionar el clientelismo.
En los siete años de Danilo Medina hemos gastado mucho tiempo pensando en reformas constitucionales para restablecer la reelección, aunque la última no llegó a motorizarse.
Ya son muchos años patinando y aunque bajo las clásicas reglas de la democracia, no terminamos de llegar a la madurez institucional.