El desarrollo de la democracia, su cultura e instituciones, durante el siglo XX, fue castrado en América Latina por la voluntad de los Estados Unidos. Los intereses económicos de las grandes multinacionales norteamericanas favorecieron gobiernos autoritarios y provocaron golpes de Estado contra todos aquellos gobiernos que potencial o efectivamente afectaran sus intereses.
La Guerra Fría brindó un poderoso aparato ideológico que acusaba de comunistas a todos aquellos que solicitaran democracia, justicia social, equidad y por supuesto defensa de los intereses nacionales. Los aparatos militares latinoamericanos fueron entrenados por los Estados Unidos en técnicas de torturas y mataban sus connacionales como servicio al dominio imperialista.
Al iniciarse el siglo XXI muchas de las experiencias democráticas en nuestro subcontinente muestran rasgos infantiles en sus expresiones. Presidentes que se quieren perpetuar en el poder mediante elecciones fraudulentas, reformas a la Constitución para acomodarlas a sus intereses coyunturales, el robo de los fondos públicos para tener una alcancía que permita el accionar político en campaña, cooptación de los partidos opositores para neutralizarlos, la compra de periodistas y opinadores, uso del crédito público para acciones populistas, entre otras perversidades políticas.
Con el grado de pobreza que arropa gran parte de nuestros pueblos, es relativamente sencillo la compra de votos en elecciones y la seducción de la voluntad de votantes en la miseria con acciones de asistencia regular. Se refuerza esa política con el hecho de que el Estado sigue siendo el mayor empleador siempre en base a la identificación partidaria. Un cambio de gobierno siempre es un potencial riesgo para las mayorías pobres.
Afirmaba Aristóteles que no era posible una democracia sin una mayoría clase media. Si la actividad política no supera el elemental acto de sobrevivencia y si la mayor parte de la población no tiene suficiente nivel educativo para ponderar propuestas, no tenemos democracia. No importa cuantas elecciones se hagan o se tenga la Constitución mejor diseñada, si la mayoría de la sociedad no tiene la suficiente independencia material y un nivel de consciencia política crítica, no es posible salir de la trampa populista.