Hace poco, hablando con una amiga, me dijo que había dejado de salir con una persona amorosamente hablando porque “era demasiado optimista”.
La miré extrañada porque la verdad yo quisiera mucha gente optimista cerca de mí, cuando lo normal es que abunde lo contrario.
Luego ya me dio los detalles y, realmente, una cosa es ver la vida de manera positiva y otra es no hacerlo de forma realista.
Pero me quedé analizando sobre qué pensarán los demás de mí muchas veces. No es algo a lo que le de mucha importancia, pero sí me he dado cuenta que en ocasiones se me percibe de manera distinta a como soy, o por lo menos a como yo creo que soy.
Por eso es muy importante ser capaces de hablar a corazón abierto, de escuchar lo que los otros dicen de ti, aunque no te guste, porque eso puede ayudarte a entender muchas cosas de ti mismo e, incluso, a evolucionar o cambiar si hace falta.
No confundan con el hecho de que soy defensora a ultranza de que no hay que cambiar para ser aceptada o encajar, hay que hacerlo para ser mejor persona y relacionarte de manera sana, primero contigo mismo, y después con los demás. Yo prefiero gente sincera que me diga las cosas, que me aporte y me haga entender en aquello en lo que puedo mejorar, que los que solo te halagan o en el peor de los casos solo te critican.
Tener cerca alguien sincero, directo, capaz de mirarte a los ojos y decirte que algo de tu personalidad o de tu manera de comportarte debe mejorar, es valioso, y esa persona es valiente y bondadosa.
Tengo varias personas así cerca y las valoro y cuido porque sé que siempre van a decirme la verdad.