La política del “dame lo mío” en República Dominicana es más vieja que el frío, ha existido desde el surgimiento de la nación. Los caudillos de la Primera República, entre otras cosas eran famosos por ser individuos dadivosos. Sus seguidores veían junto a ellos la oportunidad de conseguir prebendas y dádivas sin tener que esforzarse mucho.
El tiempo evolucionó y en ese orden fueron pasando una tras otra: la Primera, Segunda, Tercera y Cuarta República, pero lejos de desaparecer, el dame lo mío ha adquirido más fuerza. Los políticos post trujillista han sido los más benévolos, al extremo de dar hasta lo que no les pertenece. Es así como esta práctica se ha mantenido por todos estos años, haciéndose más popular en cada período electoral.
En el imaginario de muchos/as, sobre todo de quienes habitan los sectores más desposeídos; un político es una persona que resuelve, que da, por eso cuando se encuentran con uno, comienzan una larga lista de peticiones que ni una carta de esa que envían los niños a “Santi Clo”.
La práctica no es casual, pues son los propios políticos tradicionales quienes la han alentado; algunos reparten sobrecitos con unos pesos en efectivo, otros fundas o cubetas con alimentos, los hay que regalan ron o cerveza, y como en la parcela electoral dominicana se ve de todo, también están aquellos que prefieren regalar salchichón y cerditos.
Siendo este uno de los principales mecanismos para agenciarse votos, no es de sorprender que quienes ocupan los escaños del Congreso, los que administran los ayuntamientos y hasta quienes han presidido el poder ejecutivo, tengan una visión tan limitada de lo que es política.
Ante esa situación, el imperativo es educarnos y educar a otros/as, sacar del imaginario de la mayoría, la idea de que el mejor de los políticos es el que más reparte y ayudarles a comprender que el mejor es el que crea los mecanismos necesario para que la gente deje de mendigar, tal cual reza el proverbio chino: “No me des el pescado, enséñame a pescar”.
El desafío a superar es educar a los y las ciudadanos para que sean capaces de analizar los planteamientos de los políticos, el grado de coherencia entre su discurso y la práctica, para así avanzar del “dame lo mío a la política de las ideas”.