Hay algo que siempre me ha sorprendido del ser humano: la capacidad que tenemos de creer que lo que es bueno para nosotros obligatoriamente es bueno para los demás.
Creo que compartir experiencias está bien, es una forma de crecimiento, pero pensar que los demás están en obligación de hacer aquello que consideramos como perfecto para ellos y, si no lo hacen, llegar a ofendernos, ya no es algo que sea positivo para ninguna de las partes.
Yo lo hacía y mucho.
Pero hace tiempo que deje de hacerlo, realmente prefiero escuchar, entender a los demás antes de querer que hagan lo que considero que es lo adecuado para ellos y, que conste, siempre tengo esa idea ideal para cada uno (en mi cabeza, claro).
Pero les cuento que dejar de hacerlo me ha permitido descubrir facetas de ellos que antes no veía; en ese ímpetu de ayudar, de colaborar, no estaba dejando que los demás realmente fueran, porque la mayoría de las veces cuando alguien se siente presionado suele simular que escucha, pero realmente se cierra y después al final no hace aquello que tú crees que ha sido el mejor consejo que le podías dar.
Dejen que los demás sean. No quieran solucionar el mundo de todo el mundo, les sorprendería la cantidad de veces que los demás ni quieren , ni necesitan que ustedes lo hagan.
Y verán que en ese camino van a enriquecerse porque se abrirán con ustedes y serán capaces de transmitirles sus sueños, metas y pensares porque saben que no van a recibir de respuesta ni un consejo, ni una solución, ni experiencias ajenas de forma constante.
Porque ahí radica el tema: que siempre lo hagan y quieran ser salvadores. Permitan que cada quien pida ayuda antes de imponerla. Déjemos ser.