Dejar salir

El confinamiento obligatorio es una montaña rusa. Hay días en los que te puedes comer el mundo y otros en los te invade el pánico. Momentos en los que lloras viendo noticias de personas que han perdido familiares y otros en los que ríes ante las ocurrencias en las redes.

De pronto has armado algo en tu cabeza y cuando despiertas ya no le ves sentido. Extrañas profundamente las cosas más sencillas y vas anotando en una lista todo lo que vas a hacer de nuevo, por primera vez.

Sales a la calle a hacer alguna diligencia necesaria y las miradas son diferentes, la gente te esquiva, tú esquivas a la gente, sientes un nerviosismo contagioso y te das cuenta de que solo quieres volver a casa para sentirte seguro.

Y al llegar, después del eterno protocolo de desinfección, piensas en todos aquellos vulnerables que no tienen la suerte de estar protegidos y una sensación de ansiedad te invade.

Prometes que no vas a ver más las noticias, que te vas a enfocar en trabajo, en hablar con los tuyos, en tener la casa limpia, pero ese latido de tu corazón ante lo que no puedes controlar no quiere parar.

Y creo que no pasa nada por sentirse así, que es algo que debemos vivir para sacar de dentro lo que este virus nos está imponiendo. Y ser agradecidos, muy agradecidos si tenemos el privilegio de estar cuidados, pero sobre todo no luchar contra esos sentimientos de desamparo porque sino los sacamos nos van a acompañar cuando podamos volver a nuestra vida “real”.

Creo en la fuerza de lo positivo, en la entereza ante las dificultades, en la capacidad de reacción. Pero también creo en que hay que dejar salir lo malo para que no se quede confinado con nosotros.