Dejar atrás el vicio, la corrupción, la delincuencia

Dejar atrás el vicio, la corrupción, la delincuencia

Dejar atrás el vicio, la  corrupción, la delincuencia

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. Días atrás tropecé con una noticia en verdad estremecedora servida por la cadena CDN37. Estremecedora desde su titular mismo: “David Ortiz de los Media Rojas de Boston recibió un disparo a quemarropa en la espalda en 2019 porque César Emilio Peralta, (apodado) “El Abusador” quería matarlo, determinó el ex comisionado de la Policía de Boston, Ed Davis, en una investigación privada de seis meses solicitada por el propio Ortiz”.

“Los hallazgos relatan que César Peralta llegó a sentirse irrespetado por “Big Papi”, que lo indujo a poner sobre la mesa una recompensa por la cabeza de Ortiz” dice la nota.

Es preciso cerrar los ojos y situarse en la República Dominicana hace apenas un par de años. Personajes como este, detenido por las autoridades estadounidenses que investigan toda una trayectoria plagada de violencia, ilegalidad, criminalidad y tráfico de sustancias prohibidas, ocupaban un lugar privilegiado en la cotidianidad noticiosa.

Se hablaba ? con temor y aprensión? de los “vínculos oficiales” de este y otros individuos igualmente perversos y siniestros. Su acceso a todos los niveles del poder ? incluyendo los más elevados? era público. Las maneras en que hacían ostentación de sus riquezas, provenientes del narcotráfico y la protección de las anteriores autoridades eran proverbiales.

Eran intocables. Sus amantes y queridas figuraban por doquier, sus villas de ensueño, sus yates, fiestas, vestuarios y forma de vida.

Quienes “administraban” la justicia se vanagloriaban en privado de sus perversas relaciones con este y otros capos de similar relevancia. Sus flotillas de automóviles calificados como “de alta gama” se paseaban por las calles de Santo Domingo y Santiago y de todo el país despertando el asombro y el desconcierto de la gente.
El horror carecía de límites.

Fastuosas residencias en los lugares más ostentosos y exclusivos. Impunidad absoluta. Insisto: estrechos vínculos con los más elevados niveles del poder. La insolencia y soberbia de “sus damas” eran tema permanente para la crónica rosa.

Las noticias no refutadas sobre cómo funcionarios del poder judicial les informaban con antelación sobre cualquier ejercicio encaminado a detenerlos u obstaculizarlos.

A esa gente, y a quienes les protegían desde el poder, hay que atribuir las culpas de la degradación en que cayó la República Dominicana y sus instituciones durante uno de los periodos más repulsivos de la historia del país.

Una historia que debe ser escrita con todo detalle para que las presentes y futuras generaciones de dominicanos sepan que deben mantener sus ojos abiertos e impedir, a como dé lugar, cualquier asomo de repetición de un capítulo que nos llena de vergüenza.

La bajeza y lo turbio se apoderaron del país probablemente como nunca antes. Nunca los dominicanos se vieron rebajados a niveles tan deleznables y repugnantes.

El asesinato físico y moral se hizo tan común como en los mejores tiempos de Alfonso Capone.

 



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