“Dejar a los muertos dormir en paz”

“Dejar a los muertos dormir en paz”

“Dejar a los muertos dormir en paz”

Patricia Arache.

José Francisco Peña Gómez, Juan Emilio Bosch y Gaviño y Joaquín Balaguer Ricardo, fallecieron en los años 1998, 2001 y 2002, respectivamente. Ya antes, en el 1996, había muerto Jacobo Majluta Azar.

Hablamos de que el que menos tiempo de haberse ido de la tierra, para habitar a otro espacio sideral, lleva ya más de dos décadas, que es Balaguer, a quien el 14 de julio pasado, seguidores suyos recordaron por el 21 aniversario de su partida.

Justo, el pasado día 1 de noviembre, fue el aniversario número 22 de la muerte del profesor Bosch y el 10 de mayo pasado, el 25 del fallecimiento del entonces líder de masas, José Francisco Peña Gómez.

Esos nombres cubrieron durante más de cinco décadas el espectro político nacional, junto a otros, con menos impacto, pero que también formaron parte de una estructura generacional que hoy por hoy se les cita como el único encumbrado y verdadero liderazgo político nacional.

Cada uno de ellos, desde su trinchera, creó un legado y dejó huellas imborrables en una sociedad, cuyos habitantes todavía no salían de las perturbaciones emocionales, y algunos hasta física, que les provocó la lacerante y prolongada tiranía de Rafael Leónidas Trujillo Molina (1930-1961), y veían en esos liderazgos oportunidades de libertad, de crecimiento y, sobre todo, de esperanza, de mucha esperanza, con razón o sin razón.

Como vemos, más de dos décadas han transcurrido y con ellas el mundo, sin ser República Dominicana una excepción, ha registrado innumerables e insospechados cambios en todos los órdenes, incluso, en el modo mismo de vivir y ver la vida. Los tiempos son otros, los tiempos cambiaron. Pocas cosas de las que antes fueron, lo son y, por supuesto, que mucho menos, lo serán.

Esta reflexión la traigo a colación a propósito del empecinamiento que tienen unos cuántos que se definen como “políticos” de pretender seguir creando liderazgo a partir de la sombra de aquellos que ya han desaparecido y de cuyas prácticas o ejemplos, ellos mismos recuerdan poco.

Más de cinco procesos electorales presidenciales, que siguen realizándose cada cuatrienio en el país, han transcurrido y en ellos, la mayoría de los votantes, el 38%, de más de siete millones de habilitados o con derecho al sufragio, son personas con edades entre los 18 y los 35 años, de acuerdo a las estadísticas de la Junta Central Electoral (JCE).

¡Por Dios! Las señales están muy claras. Un votante nuevo demanda un discurso, una actuación, un lenguaje, una persona, un ser y un liderazgo nuevo y diferente. La mayoría de quienes han ido a las urnas en los últimos procesos no conocen la esencia que caracterizó a aquellos oráculos de la política nacional e internacional, a quienes, no por antojo, se les llamaba “caudillos”.

Todavía en este espectro político hay quienes, incluso, en una obvia burla a los electores utilizan técnicas y tecnologías modernas para poner en voces muertas, palabras a favor de candidaturas que, probablemente, jamás en lo que tuvieron de vida pensaron pronunciar.

Gente que tiene incidencia pública, no solo desde el ámbito político, sino, también en el empresarial, en el comunicacional, en el religioso, en el educativo, en el gremial, en todas las áreas de la vida, parece no darse cuenta de que las tecnologías con sus disruptivas y necesarias innovaciones han venido a revolucionarlo todo, respecto al estilo y la forma, pero también, al mismo contenido y concepto.

De hecho, y esto lo saben los dirigentes políticos, aunque jueguen al engaño, y hay que decirlo para que despierten del sueño eterno: existen nuevos perfiles que definen al liderazgo empático y efectivo. Entre las características de ese liderazgo no está, precisamente, el “sabelotodismo”, con el “yo soy el que sabe”.

El nuevo y valorado liderazgo es el que, entre otras cosas, prioriza escuchar a los demás, en vez de elevar su voz para acallar; el que admite que se equivoca y rectifica a tiempo; el que propone, en vez de imponer; el que da la cara cuando algo en el equipo sale mal; y el que posee la firme convicción de que “antes de vencer, siempre es y será mejor convencer”.
A políticos viejos y a quienes, erróneamente pretenden venderse como nuevos, hay que decirles: por favor, ya está bien. “¡Dejen de profanar el sueño de los muertos!”.



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