La mayoría de nosotros estamos familiarizados con el concepto “déjà vu”, esa sensación de haber vivido las cosas antes. Desde el punto de vista científico es un fenómeno cuya explicación radica en la mente de quien lo vive, porque su impresión de repetición es falsa.
Sin embargo, quien usa el concepto para entender nuestro entorno social sabe bien que en nuestro caso nombra algo real.
Nuestro país parece atrapado en un laberinto de laberintos, en el cual ningún tema desaparece definitivamente ni encuentra solución.
Sin importar cuál sea el asunto, nos parece tener dos y tres décadas debatiéndolo sin que logremos llegar a puerto seguro.
No tiene por qué ser así. Los dominicanos hemos demostrado, dentro y fuera del país, que somos capaces de superar cualquier reto. Tenemos la capacidad de trabajo, el ingenio y la perseverancia necesarios para construir una mejor sociedad.
¿Qué explica entonces que en tantas cosas seguimos dando vueltas a la noria? No soy yo quien puede dar una respuesta definitiva, pero creo que buena parte de la razón es nuestra tendencia a dejar de lado lo importante para atender pequeñas peleas que terminan generando conflictos por diferencias muchas veces intrascendentes.
Es por eso por lo que se nos dificulta un debate social sostenido y en movimiento.
Quizás se deba a lo que Freud llamaba “la tiranía de las pequeñas diferencias”, algo que, a quien escribe también le ha atormentado. Al final, estamos más empeñados en tener razón que en resolver nuestros problemas y más centrados en atacar al otro que en escucharle.
Ese camino no lleva a ninguna parte porque perseguimos el espejismo del triunfo de los unos sobre los otros e ignoramos el oasis de la convivencia en la diferencia.
Una sociedad democrática nunca estará desprovista de conflicto, porque los mecanismos estatales que pueden hacerlos desaparecer son los que traen la paz del cementerio. Las democracias brindan las mejores herramientas para gestionarlos pacíficamente. Algún día las aprovecharemos.