Decisión personal

Decisión personal

Decisión personal

Vivir es una decisión personal, aunque no lo creamos así. Sí, vivir es una elección, primero de nuestros padres y luego de nosotros.

Y es en nuestros hombros donde termina recayendo la mayor responsabilidad.
Cada día debemos elegir ser felices o infelices, exitosos o fracasados, alegres o tristes, disfrutar lo que hacemos o ser miserables desde el mismo instante en que abrimos los ojos al levantarnos.

En fin, todo es cuestión de elección y, aunque las circunstancias pueden ser atenuantes, la diferencia está en cómo aceptamos y enfrentamos las cosas que nos pasan.

Estoy convencida que somos lo que atraemos con nuestros pensamientos, pero este ejercicio de positivismo no es tan fácil realizarlo y hacerlo un hábito. Cuesta. Y cuesta mucho.

Semanas atrás recibí una llamada de uno de mis hijos. Muy angustiado y frustrado porque las cosas -por más que se esforzaba- no le estaban saliendo como él entendía que debían resultar, por su gran esfuerzo y trabajo.

Luego de escucharlo y permitirle que se desahogara, hice mi mayor esfuerzo en hacerle entender que todo tiene solución, aunque no sea la que queremos, y que realmente perdemos la batalla cuando nos damos por vencidos. Cuando damos por sentado que no hay nada más que hacer y ponemos el miedo por encima de cualquier acción que nos pueda ayudar a cambiar el curso de la historia.

Sí, todos tenemos problemas.

Pero si nos centramos solo en los problemas, nunca podremos ver la opciones que tenemos para solucionarlos.

Aprendí desde muy joven que la peor diligencia es la que no se hace, pero -sobre todo- que preguntar no hace daño ni mata.

Así que elegí hacer todo lo necesario, siempre, para alcanzar lo que quiero con la consciencia de que se gana o se pierde. Elegí respirar ante las adversidades y en la calma analizar mis opciones con sangre de “maco”.

Y eso, como madre, he tratado de enseñárselo a mis hijos, porque vivir, y vivir bien y en paz, es una decisión personal.



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