Según una noticia difundida por la AFP, de fecha 27/12/15, el gobierno comunista de China recientemente derogó una ley del 1970 que impedía a un matrimonio tener más de un hijo y que entró en vigor el 1 de enero. Era la llamada “política del hijo único”, instituida con la finalidad de controlar la tasa de natalidad en el país más poblado del planeta.
A simple vista, parece normal que cualquier país del mundo cambie una ley por otra, adaptándola a las circunstancias, pero en el caso de China este asunto está rodeado de ciertas oscuridades que amerita un análisis más profundo. Veamos algunos aspectos que mueven a reflexión.
En China la economía está por encima de todo y de todos. Los objetivos hay que alcanzarlos sin importar los medios que se utilicen.
Por esta razón desde hace mucho tiempo la sociedad china ha sido sometida a un proceso de cosificación forzosa que es propio de este sistema político, el cual sin embargo es vendido por sus defensores como el “paraíso” aquí en la tierra.
En este sentido, las autoridades chinas siguiendo la alarmista teoría maltusiana, pero aplicándola arbitrariamente sin tener en cuenta la voluntad del individuo, han impuesto a la población un férreo control de la natalidad que me parece no tiene precedente en la historia de la humanidad y que ha desembocado en la temible “política del hijo único”, en cuya aplicación todos los métodos coercitivos son bienvenidos.
Es decir, del asesinato convertido en un derecho han pasado al asesinato convertido en un deber, y más que un deber se ha convertido en una obsesión de las autoridades matar en el vientre de la madre a toda criatura concebida fuera de los parámetros establecidos por la ley.
Y esto así porque la “política del hijo único” era parte de la estrategia que perseguía el cumplimiento de los programas de desarrollo económico del país, para lo cual era necesario mantener a rajatabla el cumplimiento de la cuota de población asignada a cada territorio, la cual no podía ser violada bajo ningún concepto ni circunstancia.
Incluso, la pareja que fuera sorprendida tratando de ocultar un embarazo prohibido podría ser sometida a una esterilización forzosa o provocarle a la mujer un aborto en contra de su voluntad, enviándola sin apelación a cualquier centro público habilitado para tal fin aunque el embarazo estuviera en su etapa final.
Tampoco excluía una fuerte multa y el maltrato físico a la mujer que intentara burlar las reglas de hierro establecidas por las autoridades chinas en este asunto.
Y todo esto en pleno siglo XXI, a la vista de todo el mundo, pero nadie quiere meterse en problemas con el gigante asiático. Lamentablemente el mundo, según mi percepción, poco a poco se va acercando hacia ese sistema: un control total, absoluto, de la voluntad del individuo.
En este orden, me preocupa que el sistema democrático que conocemos, aunque con muchas imperfecciones en su aplicación, pero que más o menos garantiza los derechos de los ciudadanos, dentro de cierto tiempo solo será un hecho histórico.
En democracia, la mayoría se impone, pero respetando los derechos de la minoría. Pero en este tiempo es la minoría la que pretende gobernar a la mayoría, lo cual pone a la lógica con la cabeza hacia abajo. Por esta razón, todas las ideologías políticas rápidamente están desapareciendo para darle cabida a la que sutilmente viene ganando terreno: El Totalitarismo.
Para no ir más lejos, en meses pasados leí unas declaraciones de corte autoritario de Hillary Clinton, importante figura de la política de Estados Unidos, que me causaron estupor porque ella es una aspirante a la nominación presidencial por el Partido Demócrata.
Esas declaraciones se produjeron en un simposio proabortista efectuado en el Lincoln Center de Nueva York el 24/4/15, donde Hillary expresó:
“Los gobiernos deben usar todo el poder que tienen a su disposición para combatir la religión”. Y agregó: “Los códigos culturales profundamente enraizados, las creencias religiosas y las fobias estructurales necesitan cambiar.
Los gobiernos tienen que emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos tradicionales” (www.la gaceta.es).
Imagínense ustedes, amigos lectores, si esa es una distinguida demócrata que piensa de esa manera, desconociendo el derecho de los demás, despreciando la libertad de conciencia, entonces a ese partido hay que cambiarle el nombre porque basado en ese mismo poder coercitivo que menciona la señora Clinton es que actúan las autoridades chinas para imponer su implacable voluntad. Y no hay ni siquiera remordimiento de conciencia porque todo es “legal”. Es lo que está de moda.
De manera que cuando un político que aspira a la presidencia de un país con tanta influencia en el mundo como Estados Unidos se expresa públicamente en esos términos, y por otro lado en Rusia se está rehabilitando la siniestra figura de Stalin, entonces no estoy lejos de mis apocalípticos augurios con respecto a la debacle que le espera al llamado sistema democrático porque en verdad está cavando su propia tumba ante el rosario de contradicciones que ese sistema está acumulando debido a la inepta, corrupta, ambiciosa y populista postura de los que están supuestamente llamados a defenderlo y darle esplendor para que perdure. Es una lástima.