La pregunta –disparada como bala de cañón- provino de mi padre Antoliano Bautista Reyes, perspicaz, cáustico, inteligente, puntilloso y analítico natural, aunque con las limitaciones y las condicionantes de su propio medio social, económico y antropológico.
Orondo, yo había llegado a casa con mi carnet verde, matrícula 89-1634, Escuela de Comunicación, Facultad de Humanidades de la UASD, algo que causó impacto porque el pacto velado para trasladarme a la capital era estudiar una carrera tradicional.
No pude dar respuesta a la pregunta porque no seleccioné la carrera proyectando utilidades, sino impulsado por la pasión que me provocaba estar en una cabina de radio en San Juan haciendo el noticiero con Cassandro Fortuna, Johnny Vásquez, David Duval y Pedro Ibert.
Me hice admirador –por la habilidad con la que escribían o hablaban- de Elías Terrero, mi maestro de locución, Pedro Segura, Leopoldo Figuereo, Rubén Moreta, Rafael Emilio Reyes Pineda, José Manuel Adames y el rector de los periodistas sanjuaneros, Manuel Espinosa Rosario.
La pregunta de mi padre era capciosa y provocadora, basada en la percepción de que los periodistas son pordioseros, pedigüeños, problemáticos y expuestos a riesgos de diversas índoles. Justo en esos meses los “tonton macoute”, sanguinarios paramilitares haitianos, habían asesinado al reportero dominicano Carlos Grullón, quien viajó a Puerto Príncipe para una cobertura de Rahintel, hoy Antena Latina. Esto vino como anillo al dedo a mi padre para desaprobar la profesión que había escogido.
Todavía hay quienes creen que el ejercicio del periodismo es consustancial con la miseria y que la credibilidad y el prestigio están atados a una suerte de voto de pobreza.
En su percepción, cualquiera puede ser rico menos un periodista, porque alcanzar ese estadio es una prueba de la venta de su conciencia.
Lógicamente esto es un prejuicio instalado hasta en gente suficientemente educada.
Ojalá todos los periodistas cuenten con bienestar material, ingresos decentes y condiciones de trabajo superiores, porque eso contribuye en parte con su independencia, aunque ningún extremo es bueno: el dios dinero es también una esclavitud que cosifica.
Rico, clase media o pobre, un periodista para mí es respetable si es ético, honesto al servir la información, transparente, coherente, respetuoso de la ley, abierto a la confrontación de las ideas y al contraste democrático de las fuentes de información y opinión. Sin estos atributos –tenga dinero o no- vale menos que una guayaba podrida.