Confieso que me encanta la afirmación que en algún momento hizo el periodista, ensayista y poeta polaco Ryszard Kapuscinsky al señalar que “los cínicos no sirven para este oficio”, refiriéndose al ejercicio de la profesión de periodista.
Cursaba el Máster Universitario en Comunicación Política Avanzada en la Universidad de Lleida cuando escuché por primera vez la referencia de parte del intelectual español Emilio Ríos Sanz, porque inspira a reflexionar profundamente acerca del escurridizo y complejo concepto de lo que se considera opinión pública.
Aprovecho para hacer abstracción en torno a la forma de hacer opinión pública en la República Dominicana. A partir del primer gobierno del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), 1996-2000, que también coincidió con los albores de la eclosión de las redes sociales al nivel planetario; se perfiló una nueva opinión pública en el país.
El advenimiento del siglo XXI trajo consigo la proliferación de escenarios fértiles para la libertad de expresión y difusión del pensamiento a través de medios y plataformas digitales no convencionales. Entre 1996 y 2020, el PLD gobernó la República Dominicana 20 de los 24 años de ese período. Tuvo dos presidentes, Leonel Fernández, 12 años; y Danilo Medina, los otros ocho.
En el discurrir de esos casi cinco lustros, hubo una parte de la opinión pública que actuó hasta con irreverencia frente al poder, llegando, incluso, a traspasar los límites de la libertad de expresión y difusión del pensamiento. Naturalmente, lo de la irreverencia resulta relativo en el periodismo, porque el periodista debe ser siempre indeseable, inoportuno y certero en su impertinencia frente al poder de los gobernantes.
Resulta indiscutible que desde el referido ámbito se realizó un aporte significativo para el surgimiento de una cultura política más participativa y plural, y con ello empujar hacia el fortalecimiento institucional y democrático, tareas que siguen pendientes de aprobación en el país. Hoy se puede afirmar que se constituyó en pieza clave en el triunfo electoral del año pasado que alcanzaron el Partido Revolucionario Moderno (PRM) y el presidente Luis Abinader.
Sin embargo, llama la atención que ahora los hacedores de opinión que formaban parte de ese grupo han cambiado de parecer en sus enfoques. Las razones podrían ser diversas y complejas: aproximación ideológica con los que gobiernan, satisfacción de egos al sentir que se les importantiza con una llamada personalizada, las frecuentes invitaciones al Palacio Nacional o el hecho de contar con jugosos contratos publicitarios.
Lo anterior sin obviar que algunos disfrutan de buenos sueldos respaldados por fondos del erario que, en parte, se nutre de un endeudamiento externo que hace tiempo preocupa al liderazgo nacional, pero que calla, inexplicablemente, a sabiendas de que compromete la soberanía del pueblo dominicano.
Tampoco es para rasgarse la vestidura, ni vestirse de silicio ante la actitud de ese tipo de doxarios. En el mundo del periodismo cada día escasean los verdaderamente enamorados de la profesión, aquellos capaces de dar la batalla por la socialización de los temas que crean urticaria a las élites gobernantes, que se alejan del oro corruptor de las prebendas y que se arriesgan permanentemente a ser víctimas de quedarse sin empleo.
Lo ideal sería la existencia de una opinión pública irreverente ante cualquier poder, cuyo único interés sea el configurado alrededor del pueblo de la República Dominicana.
Esa opinión pública, ayer irreverente y hoy adocenada al oficialismo, mañana no tendrá moral para volver a erigirse como “paladín” de la democracia.