A mediados del siglo XVII y durante la primera mitad del siglo XVIII, todos los mares de los cinco continentes estuvieron infestados de delincuentes marítimos que surcaban sus aguas asaltando a cuantos navíos navegaban en ellas.
Unos eran piratas, otros corsarios, y los menos de escasa importancia eran filibusteros o bucaneros.
Todos cometieron actos de bandidaje reñidos con la ley, utilizando barcos, veleros y galeras, aunque persiguiendo fines distintos.
Se diferenciaban por su motivación y su grado de legalidad:
Los piratas atacaban por cuenta propia, sin ley ni autorización, repartiendo el botín entre los miembros de su comunidad. El más famoso fue el inglés Edward Teach, conocido como Barbanegra, célebre por su crueldad.
Los corsarios actuaban amparados por una patente de corso oficial, otorgada por un gobierno para saquear a naciones enemigas. Lo robado debía ser entregado a los reyes a cuyo servicio actuaban. El más conocido fue Francis Drake, recordado por los dominicanos por su incursión y saqueo del país el primero de enero de 1586.
Los bucaneros comenzaron robando y cazando ganado en el Caribe para vender la carne ahumada, pero terminaron convirtiéndose en piratas de poca monta.
Los filibusteros eran corsarios o piratas radicados en el Caribe cuya labor principal consistía en la captura de territorios.
La piratería, como fenómeno generalizado, había descendido notablemente hacia el año 1720, cuando las armadas europeas comenzaron a perseguirla y reprimirla con severidad. No obstante, tras esa disminución considerable, continuaron existiendo casos aislados.
Tres siglos después, en el año 2005, en uno de los países más pobres de África Somalia, conmocionado por el deterioro total de la vida económica, social y política, y convertido en una tierra de nadie controlada por bandas que se disputan el territorio dividiéndolo en zonas de influencia, reapareció la modalidad de bandidos marítimos que asaltan y secuestran navíos civiles y petroleros, por los cuales exigen rescates millonarios. Recursos que, al igual que los antiguos piratas, se reparten entre los miembros del clan ejecutor del hecho.
Esas bandas somalíes estaban dirigidas por Mohamed Abdi Hassan, con vínculos con los señores de la guerra encabezados por Mohamed Farrah Aidid, cuyas acciones no se diferencian en nada de las llevadas a cabo por el famoso pirata Barbanegra.
Junto a los piratas somalíes, la actual administración de Su Majestad Donald III revive la vieja política del corsariato, otorgando patente de corso a la flota imperial yanqui desplegada en las costas venezolanas para asaltar, secuestrar y robar todo carguero petrolero que intente salir de la República Bolivariana de Venezuela. Tal como ocurría con los corsarios de los siglos XVII y XVIII, el producto de esa acción dolosa debía ser entregado a la Corona.
¿Cuál es la diferencia entre el corsario Francis Drake, que entregaba lo robado a Su Majestad Isabel I, soberana de Inglaterra, y el secretario de Defensa de los Estados Unidos, Pete Hegseth, que bajo sus órdenes se roba el petróleo venezolano para entregarlo a Su Majestad Donald III, autoproclamado emperador de los Estados Unidos de Norteamérica?
Ninguna.
Ambos despojan de bienes que no les pertenecen ni tienen derecho a disponer, entregándolos a la Corona a la que sirven.
Estas acciones evidencian que el problema con Venezuela radica en las inmensas reservas petroleras que posee y que la administración estadounidense sin importar el partido que la ostente necesita controlar, sin importar el precio ni los argumentos esgrimidos.
La existencia del llamado Cartel de los Soles y de supuestos grupos terroristas islamistas que operan en esa nación son argumentos manidos, historietas mal construidas que ni los niños se creen.
El problema con Venezuela es quién usufructúa la mayor reserva petrolera del mundo; lo demás es cuento de camino.
La patente de corso otorgada por la administración Trump a su flota desplegada en las costas venezolanas es un acto de provocación que pone en peligro la paz mundial y, en particular, la del continente americano.
América y el Caribe deben ser zona de paz.
La presencia de la flota yanqui en nuestras costas es una amenaza directa a esa paz.