Hace apenas unos días que el magistrado Jorge Subero Isa, expresidente de la Suprema Corte de Justicia, produjo unas declaraciones públicas acerca del accionar de los jueces que debieron estremecer a la sociedad dominicana; pero no pasó nada.
“Voy a decirlo con toda responsabilidad, los jueces temen a lo que diga la opinión pública”, afirmó el reconocido jurista dentro de un análisis más amplio en torno a la aplicación de las medidas de coerción, en las que la prisión preventiva ha pasado, de excepcionalidad, a ser cotidianidad en los tribunales penales.
Este señalamiento no ha provenido de un simple doxario recurrente en opinar en redes sociales. No, brotó libremente de los labios de un hombre probo, responsable y capaz, que sabe de qué está hablando.
La cuestión es que si los jueces penales o de otras jurisdicciones condicionan sus decisiones al qué dirán las redes sociales y del resto de la opinión pública, a partir de que tienen esposos, esposas, hijos y otros familiares, entonces dejemos de proclamar que la República Dominicana representa un Estado Social Democrático de Derecho, fundamentado en la dignidad de las personas.
Si los jueces se apartan del derecho, la sociedad dominicana estaría perdida; caminaría hacia la anomia social, situación en que la violación a la ley se hace tan frecuente, sin consecuencias, que se convierte en algo “normal”. En esta parte se hace relevante la afirmación de Subero Isa, porque cuando los encargados de aplicar las leyes no lo hacen, las violaciones a las normas para garantizar la convivencia social sería parte de lo rutinario.
El derecho se compone de principios y reglas básicas, tales como actuar honestamente, no dañar a los demás y que los administradores de la justicia den a cada uno lo que le corresponde, desoyendo presiones y sin pensar en qué vociferan aquellos que se concentran en las graderías del circo social. Este proceder es el verdadero arte de aplicar lo bueno y de lo justo.
Todo juez debe cuidar su prestigio personal y profesional. Jamás estar pendiente de las redes sociales y de otras plataformas mediáticas, en las que resulta frecuente observar a personajes que exteriorizan sus sentimientos de maldad, envidia, odio, rencor y mezquindad contra cualquier persona que no coincida con sus ideas.
Ese tipo de individuos no entiende la nobleza, concepto reservado para aquellas personas especiales que exhiben la virtud de procurar siempre el bienestar de sus semejantes, a través de la puesta en práctica de valores como la lealtad, la empatía, la sensibilidad, la solidaridad, la justicia y el amor. Nicolás de Maquiavelo, una figura relevante del siglo XVI por su obra “El Príncipe”, afirmó que “el hombre es naturalmente malo, a menos que se le precise a ser bueno”.
No hay que temer a intolerantes, envidiosos y ruines que gozan del mal ajeno. Estos que disfrutan ver que manden a la cárcel por 18 meses a alguien, aunque reúna los presupuestos para seguir su caso en libertad mientras la justicia decide su culpabilidad o inocencia.
Jacinto Benavente, Premio Nobel de Literatura, en 1922, llegó a conocer a los envidiosos y la necesidad de que los jueces procedan correctamente, por lo que sentenció: “Es tan fea la envidia que siempre anda por el mundo disfrazada, y nunca más odiosa que cuando pretende disfrazarse de justicia”.
Los jueces no deben evitar convertirnos en una sociedad de la ruindad, en la que los malvados y mezquinos triunfen, en vez de la justicia.
El magistrado Subero Isa ha hecho la advertencia. Ojalá que desde la justicia no se acentúe en la anomia social.