Estando el país frente al ineludible tema de la reforma fiscal, o por lo menos sin llamarle propiamente así, tomar medidas mas profundas que reorienten y controlen el gasto fiscal y los necesarios ingresos para respaldarle, se hace menester mirar algunas de las posibilidades que arropan el tema.
Para ello debemos considerar, antes que nada, que a ningún gobierno le agrada que se le señale la necesidad de controlar su gasto. Por el contrario, la mayor felicidad sería poder contar con recursos financieros ilimitados con los cuales cumplir con todos sus anhelos y promesas, de manera de garantizar su permanencia en el poder, y complacer todas las aspiraciones de quienes le depositaron sus votos.
Pero lo nuestro no permite esas posibilidades. Por décadas hemos llevado a cabo una expansión del gasto público en base a una dependencia del endeudamiento, que ha posibilitado la dilatación de toma de decisiones importantes.
Es así como nos hemos escapado de la necesaria eficiencia en la distribución eléctrica y ajuste de tarifas, permitiendo enormes despilfarros y niveles de corrupción, logrando con todo ello, por momentos, grandes niveles de popularidad política.
Pero pronto nos está llegando el momento en que esos niveles de endeudamiento no serán posibles, so pena de pagar un alto precio por vía de la devaluación del tipo de cambio de nuestra moneda, y la subsecuente inflación que ello traería.
Y estas consecuencias no escaparán los intentos de eficientizar nuestro perfil de la deuda pública, o el constante acceso al ahorro nacional.
Por ello se hace indispensable procurar una solución y por ende tener que afrontar el tema de las recaudaciones, y a través de ello, la eficiencia en las recaudaciones y la propia estructura impositiva.
El tema de los impuestos, las exenciones permitidas a la luz de los que hoy existen, y cómo hemos de estructurar la futura composición impositiva, son temas ineludibles en la agenda nacional.