El sábado primero de septiembre de 1979 el huracán David mató casi dos mil personas y causó pérdidas por más de mil millones de dólares.
Era reportero de El Caribe, líder del diarismo, asignado al presidente Guzmán, que apenas tenía un año. No circulaba los domingos. Como corresponsal, el aviso meteorológico obligaba a trabajar. Mi generación había olvidado los ciclones. Desde Inés, en 1966, no habíamos experimentado ninguno.
La noche del viernes hubo notable alteración climática. Cuando David alcanzó toda la furia de su categoría 5, parecía el fin del mundo. Los ventanales de vidrio de piso a techo en casa lucían que explotarían.
El ojo de huracán pasó rozando la capital. Mi papá recordaba San Zenón de 1930, que devastó Santo Domingo cuando tenía 14 años.
Al arreciar los vientos, arrancaron de raíz una gran acacia en el patio; fue la única vez que vi a mi papá atemorizado en toda su vida. Horas después, la tormenta Federico remató con devastadoras inundaciones. Ojalá nunca ver cosa así otra vez.