El inicio de un año nuevo es una oportunidad para reflexionar sobre los logros y retos personales, profesionales, familiares y sociales. Muchos hablan de año nuevo, vida nueva.
Cualquier profundización que hagamos, moral o espiritual, nos lleva a una conclusión: la necesidad de expresar la gratitud incondicional como manifestación de la alegría de un corazón que tiene sobradas razones para dar gracias y, como dice Louise L. Hay, “activar el poder de convertir las dificultades en oportunidades, los problemas en soluciones y las pérdidas en ganancias”.
Dar gracias por el milagro de la vida y nuestra existencia en este mundo como oportunidad para amar, cometer errores, perdonar, perdonarnos y aprender de la experiencia humana.
Dar gracias por la salud, porque estar sanos nos permite levantarnos cada día con nuevas ilusiones y el entusiasmo para enfrentar los retos del día a día.
Dar gracias por la familia, los padres, los hijos y los hermanos que comparten con nosotros un destino común de unidad y fraternidad que va más allá de la sangre que corre por las venas.
Dar gracias a los amigos, esos tesoros que encontramos en el camino de la vida, que nos sostienen y comparten con nosotros los gozos y las tristezas, y que siempre están ahí para apoyarnos, o para ofrecernos un hombro en el cual llorar.
Dar gracias por el trabajo, esa oportunidad que tenemos para lograr la autosuficiencia económica y asegurar un nivel de vida digno para nuestros hijos, a la vez que contribuimos a mejorar a otros con una acción responsable y comprometida.
Dar gracias por ser dominicanos, por ser parte de un pueblo humilde, solidario, pacífico, alegre y entusiasta que “canta sus penas y llora sus alegrías” como expresión de su fortaleza y resiliencia.
Dar gracias a Dios por sus bendiciones y maravillas, y por hacer Su Voluntad en nuestra vida. Por todo lo que nos ha dado, por lo que no nos dio y por lo que nos quitó, porque, como dice Romanos 8:28: “Sabemos que para los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien”.