Mientras la sociedad dominicana debatía sobre la pertinencia o no de dos plantas a carbón en Punta Catalina, Baní, el presidente de la República autorizaba subrepticiamente la firma de un contrato por 2,000 millones de dólares para la instalación allí de otra termoeléctrica con capacidad para generar 600 megavatios/hora.
El proyecto, que luego fue descartado por ser técnicamente inviable, implicaba conceder a Canadá los derechos para la instalación de la referida planta a cambio del compromiso estatal de comprarle toda la energía allí producida.
Los defensores del gobierno alegan que no hubo falla alguna porque no se llegó a materializar el asunto.
Lo dicen sin ningún tapujo, aunque saben que si se descubre que varias personas se han convertido en asociación de malhechores para matar a alguien o asaltar un banco, y luego, por cualquier razón no llegan a cometer el delito, esas personas pueden ser procesadas y condenadas, pues la ley también sanciona la tentativa de delinquir.
Desafortunadamente para el Gobierno, este nuevo escándalo se produce justo en el momento en que el presidente Medina proclamaba quizás la más infausta de sus frases: «mis manos están limpias».
Danilo se me pareció al niño que se comió el helado a escondida y al ser sorprendido con las manos sucias y la cara embarrada exclama: «No fui yo», con la infantil esperanza de que su madre le crea.
Para atenuar los efectos de ese falsete, Marchena y Peralta, haciendo las veces de barítonos, se han sumado al coro con un estribillo: «el actual es el gobierno más honesto de la historia» (a excepción del de Juan Bosch (1963).
Para decir esto, sin haber hecho nada frente a casos como el de la OISOE -que ahora sigue con más fe-, el Darío Contreras y demás escándalos de corrupción, tanto del gobierno pasado como de la actual gestión, hay que ser «valiente». Ni hablar de la muy cuestionable modificación a la Constitución impuesta a billetazos “limpios”.
No importa lo que se diga, aquí no hay ni un solo preso por corrupción, salvo cuatro chivos expiatorios.
La actitud del Presidente y algunos funcionarios recuerdan aquel personaje de la cultura popular dominicana llamado María Gargajo, aquella mujer «tan escrupulosa y exigente con la limpieza que en forma obsesiva se bañaba todo el cuerpo y lavaba la cáscara de los huevos antes de freírlos, pero probaba si la sartén estaba caliente o no con un salivazo».
Nuestra sociedad demanda transparencia en todas las acciones del Gobierno, mucho más si se trata un megacontrato de 2,000 millones de dólares, que se autorizó -aunque no ejecutó- en la clandestinidad.
Nadie puede esperar que haya confianza entre las partes para sentarse en la mesa a discutir el tan necesario pacto eléctrico, cuando se acaba de descubrir que uno de los jugadores (en este caso el Gobierno) tenía una carta escondida bajo la manga. Así no, no «mesié».