Cuando logras identificar tu cinéfilo empedernido, el poder casi ilimitado de la información te hace adicto; cinefagia en clave Pazuzu comanda el impulso; con cierta parsimonia luego, un océano de reflexiones caldea tus pensamientos. Inevitable expulsarlos sin importar el formato del desahogo.
En mi caso, llegó a través de una cápsula radial especializada a la que por algo más de un año le di todo. Mi montaña sagrada. Para el dueño de la emisora, un ladrillo más en el muro de locutores que había leído en diferentes etapas el segmento institucional. A pesar de él, encontré mi vocación.
Comunicar El Cine por las ondas hertzianas se concretó en largo formato (tres años después) a través de un programa que se emitía los jueves a las 8 p.m. gracias a la apertura del director de la estación 95.7 f.m., el entrañable Barón Valette, haciendo posible que el inquisidor cineasta, contundente comunicador José Maracallo, junto al inexcrutable extrañamente divertido José Aquino y quien suscribe, llevamos a cabo «Cinependiente» por espacio de seis años.
Hablar con honestidad brutal, equivocándonos muchísimo por la insolencia, la libertad de hablar sin intereses, con la única certeza de que esto no pagaría las cuentas, trajo el más preciado de los premios: una audiencia cautiva y perspicaz. A partir de ahí se inicia la carrera junto a una gran generación que ha redondeado la crítica y el comentario de cine en el país.
Escribir para mí surgió con extraña postergación y, básicamente, por la apertura que ofrecen las redes sociales (esa «democratización» invita a una toxicidad camuflada en la jerga de la “competitividad”). Crossover itinerante a los medios escritos formales. Pero, honestamente, siento que hablo mejor de lo que escribo. Aunque decía Galeano que se habla como se escribe.
Sigo estudiando porque conversar de cine hoy es un oficio devaluado por influencers que cumplen el rol de la viralidad -el lado cibernético de la palabra, que halló su bizarro en la pandemia- : representan la progresiva mutilación inmediatista de la información. Algunos sintetizan con mucho talento, la mayoría naufraga.
Finalmente, estoy comprendiendo la inutilidad de ser un espectador récord man; especializarse luce más sensato. Solía apoyarme en la frívola data, veía hasta doce películas a la semana con el peregrino objetivo de ser «erudito», negándome gran parte de la experiencia, esa que da el feeling. Porque el cine está más allá de la pantalla. Vivir es también parte del acto. Eso lo estoy aprendiendo a puros coñazos.