Los seres humanos tendemos más a movernos por el guión del ego que por el Ser que realmente vive en nosotros. Es así que las formas enmarcadas detrás de las máscaras nos llevan a asumir posturas que realmente no sentimos.
Otras veces es como si el dolor que vive en nosotros y el resentimiento nos moviera más que cualquier emoción más elevada. El ir a mostrarse a un escenario de condolencias por la pérdida física de una persona, el famoso cumplimiento, se convierte en una especie de mea culpa de lo que no se le hizo en vida: prestar atención, cuidar, estar presente para el otro.
Una de las aristas también, es el morbo que impera, las preguntas sin sentido ante una pérdida, cuando el allegado no está en capacidad de responder o ante un padecimiento de salud o cualquier trastorno que altere la vida. Se construyen castillos de especulación e historias, ninguna alimentada por los protagonistas.
Ante esto es de preguntarnos ¿es útil?, ¿de verdad siento el dolor?, ¿qué aporto? . El acompañante real contiene, acoge, en silencio demuestra su amor, no se necesitan palabras ante lo real.
En la otra polaridad, cuando se vive otro acontecimiento como la unión de una pareja, la alegría de una promoción, también aparecen las caretas de aparente regocijo, pero buscando lo negativo o las falsas creencias de obtención dudosa del mérito del prójimo. Verbalizar ese cumplimiento no se convierte más que en un cliché desgastado de palabras vacías, faltas de sentir y substancia.
Pero el cumplimiento, no importa, aunque esté compuesto, siempre se agradece.