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Cumbre en Panamá

Mario Vargas Llosa se ha quejado de la indolencia, y acaso de la mala calidad —digamos— de los presidentes latinoamericanos.

El silencio de todos ellos ante la mano dura del gobierno de Venezuela con la oposición política, mueve su queja.

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Vargas Llosa vive en Europa, pero sus intereses son, como en sus días en el Perú, los de un latinoamericano típico: literatura y política.

Culto o inculto, el hijo espiritual de estas tierras practica y respira política, y con los hechos y la realidad no puede hacer nada sin la posibilidad de traducirlos.

¿Traducirlos a qué? ¿A una lengua secreta? No, a las fantasías de su país, de su región, de una aldea o a las fórmulas articuladas por sus escritores cuando de quien se trata cuenta con equipaje cultural adquirido por cuenta propia o bajo las fórmulas de alguna escuela superior.

Imagino que a partir de la reunión de Panamá, montada entre los días 10 y 11 de abril, el escritor —como decir el político— habrá entrevisto la razón práctica del silencio ante la represión: el Continente está tomado por la izquierda desdelas Cataratas del Niágara hasta el Estrecho de Magallanes.

Los países gobernados por la izquierda se cuentan con los dedos de las dos manos, pero no así en el plano demográfico.

Estados Unidos, México, Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, Chile, Nicaragua, El Salvador y República Dominicana, tienen población, territorio y recursos naturales para hablar por el Continente. A Cuba y Venezuela no los pongo en el rosario porque se encuentran a tal extremo de la izquierda que en realidad son una derecha, como aquellas de los días originales:

Lilís, Pérez Jiménez, Trujillo, Stroessner, Somoza, Gómez.
El peso demográfico del liberalismo de izquierda, de fiesta dos días en Panamá, puede definir, además, el perfil ideológico de América.

Algunos habrán leído con alarma la inclusión de Estados Unidos en esta lista; pero no, para esta corriente latinoamericana el Partido Demócrata es la izquierda práctica del Norte brutal desde los días de Roosevelt, y como no se trata de una ideología del presente, sino de una izquierda por su origen, creo que puede ser, si no aceptado, entendido.

La Cumbre de Panamá, turismo al más alto nivel en términos de la administración política continental, fue también acto instintivo ante la proximidad del final del ciclo liberal en Estados Unidos con el agotamiento del segundo período de Obama a la vuelta de dos enero; talvez abrazo en el colectivo por la santificación de Castro desde las vecindades del Potomac.

De paso, se hicieron votos por la conciliación con Venezuela, la de las dádivas geopolíticas.

Cumbre mediática que nos puso a babear ante las televisiones mirando discursos sin entender palabras, y celebramos el apretón de manos tras 56 años de separación absurda para al final sentarse de frente en medio de una fiesta continental de 15 millones de dólares.

La vida es trágica entre nosotros, a pesar de las fantasías literarias utilizadas como tapiz. Cuando nos gobiernan las derechas morimos porque nos matan; si nos mandan las izquierdas nos matamos nosotros. ¡Qué vida trágica!

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