Exhortar a cumplir la ley puede sonar a cliché, perorata o palabras que se lleva el viento. Sin embargo, el respeto a las normas y su cumplimiento es la base fundamental para la convivencia pacífica y democrática.
Las leyes organizan la sociedad al establecer un orden basado en comportamientos, actitudes y prácticas fundamentadas en la moral, las buenas costumbres y los valores que se convierten en cultura.
Sin leyes, los pueblos, como diría Montesquieu, seríamos trogloditas más parecidos a las bestias que a los hombres. Nos volveríamos salvajes carentes de virtudes azotándonos unos a otros a garrotazos bajo el dominio de la ley de la selva.
¡Cuánta falta hace en este país cumplir las leyes!. Las hay de sobra pero hace falta cumplirlas y que pasen de ser letra muerta a letra viva.
Cumplir la ley es bueno y nos beneficia a todos. Si se cumpliera la ley de tránsito hubiera menos muertos por accidente y se preservaran las vidas de los conductores y peatones porque se usara el cinturón de seguridad, se manejaría de forma prudente y nadie conduciría borracho ni se cruzara el semáforo en rojo y se respetaran el paso de peatón y el PARE.
Si se respetaran las leyes ambientales tuviéramos más agua y menos contaminación.
Si se cumpliera más estrictamente la ley de compra y contrataciones, la de transparencia y la de lavado de activos habría menos corrupción.
Si se cumpliera la ley que protege a los niños, niñas y adolescentes hubiera menos abuso infantil y embarazos en adolescentes.
La máxima del derecho romano que tanto se repite en el ámbito jurídico, “dura lex, sed lex” que se traduce “dura es la ley, pero es la ley”, sigue más vigente que nunca, expresando la sacralidad de las normas legales, cuyo cumplimiento es obligatorio e ineludible para todos porque nadie está por encima de la ley bajo ninguna circunstancia.
Es imperiosa la efectividad de la aplicación normativa, porque como dijo Albert Einstein: “Nada más destructivo del respeto por el gobierno y la ley del país que aprobar leyes que no pueden hacerse cumplir”.