Sin duda alguna, y lamentablemente, la sociedad dominicana está diseñada para rendir culto a la impuntualidad, condición esta que la frena como un ancla clavada en el fondo del mar y que no la deja progresar como debiera.
Tanto es así que, por ejemplo, cuando se convoca a una reunión de trabajo, se invita para las 6 de la tarde, a sabiendas de que la reunión comenzará a las 7. La persona convocada, por su parte, esperará sentada en su casa u oficina hasta las 7:15 antes de salir , “para no llegar el primero”, como si ello fuera a restarle importancia frente a los demás.
De cierto tiempo para acá, todo el mundo ha encontrado una excusa formidable para llegar tarde: los tapones del tránsito. “Estuve media hora parado en el mismo sitio”, es la justificación favorita de moda.
Los que alardeamos de ser puntuales sufrimos las consecuencias, pues como minoría que somos, tenemos que aguantar la pérdida de tiempo y probablemente llegar tarde a una próxima cita pautada con espacio suficiente.
Permítanme, para finalizar, transcribir a continuación la reflexión que hace sobre el tema mi buen amigo Google:
“El valor de la puntualidad es necesario para dotar a nuestra personalidad de carácter, orden y eficacia, pues al vivir este valor en plenitud estamos en condiciones de realizar más actividades, desempeñar mejor nuestro trabajo y ser merecedores de confianza”.
Ahora les dejo, amigos lectores, pues tengo que partir rápidamente para no llegar tarde a una reunión, a la cual estoy seguro que no llegará puntualmente ninguna de las demás personas convocadas. Pero ¿qué vamos a hacer? Predicar con el ejemplo.