La relación dominico-haitiana es paradójica. Somos la mayor potencia turística caribeña, pero por organizar nuestras normas de inmigración nos acusan de xenófobos y racistas.
Aquí residen cientos de miles de haitianos indocumentados, pero quienes quieren culparnos de fomentar una inexistente apatridia son incapaces de organizar eficazmente un registro civil allá, donde cerca de 70 % de la población no tiene ni acta de nacimiento.
Nuestros hospitales están llenos de haitianos, casi todos inmigrantes ilegales, pero señalarlo es casi un crimen para ciertos activistas dizque de derechos humanos, despreocupados por la salud pública allá en Haití.
Una justificación de ciertos liberales para explicar las migraciones de latinos a Estados Unidos es que esa potencia extrae riquezas y recursos a nuestros pobres países, cuya población pobre emigra para disfrutar allá los frutos de sus propias tierras; pero de Haití no sacamos nada y son tan irracionales que por ratos no nos dejan tampoco exportar nada.
Si creyéramos tantas insensateces, los dominicanos quedaríamos como culpables netos de la inviabilidad e involución incesante de Haití. ¡Foutre!