MANAGUA, Nicaragua. Por los tiempos que vivimos, es preciso que, como ciudadanos dominicanos, procuremos conducirnos con mayor cuidado, con sobriedad, con decencia. Y me expreso con toda franqueza porque se trata de asuntos verdaderamente trascendentes.
El hecho cierto es que abundan las asechanzas, la maldad, los apetitos desaforados. Existe todo un esquema de retorno a las peores manifestaciones del pasado, cuando todavía nuestra práctica política cotidiana no ha podido deshacerse de conductas y actitudes que conciben la actividad política como una vía para el enriquecimiento, el saqueo, el robo descarado, la “buena vida” que no se origina en el trabajo honrado.
Si no levantamos la bandera de la decencia y el respeto a la patria, estaremos burlándonos de los próceres que nos cedieron esta heredad para su engrandecimiento, y no como la puerta ancha hacia el placer y el dispendio ilimitados.
Lamento que en muchas manifestaciones de la práctica política de estos tiempos se encuentren ausentes los nombres y el ejemplo de Duarte, Sánchez, Mella, María Trinidad Sánchez, las Hermanas Mirabal, Amaury Germán Aristy, Francisco Alberto Caamaño, José Francisco Peña Gómez, Juan Bosch, para solo citar unos contados nombres.
Hemos ido creando un ámbito donde la decencia y la virtud se encuentran en último plano pese a que vivimos momentos de grandes peligros y graves amenazas.
Enfrentamos tantas manifestaciones de decaimiento y degradación que es para asustarse. A esta percepción ha contribuido un mundo y una civilización que parecen inclinarse hacia la bancarrota definitiva y a un final devastador e impredecible.
No hay acuerdos válidos y civilizados entre los grandes poderes universales mientras los auténticos valores agonizan y las confrontaciones aniquilan las posibilidades de un mundo mejor donde se hayan erradicado el hambre, el crimen, el infortunio.
Existen muchas personas preocupadas por los apetitos desaforados que han situado, nueva vez, en el tablero de nuestra existencia, a partidos y personajes que deberían estar definitivamente descartados por su conducta histórica y cuyas evidencias están ahí, en primer plano y son de todos conocidas.
Hay quienes se enmascaran ante la politiquería, la perspectiva del goce y del enriquecimiento ilícito, sin tomar en consideración que tras esas inconductas yacen millones de dominicanos que padecen hambre y enfermedad, desesperanza y sufrimientos devastadores.
Debemos situar en nuestros esquemas de vida y comportamiento a personas que han hecho de la decencia, el respeto, el trabajo, una forma de vida. Que son absolutamente incapaces de negociar la patria y ceder sus riquezas y perspectivas por un plato de lentejas.
Gente que cree en el trabajo, en la dominicanidad, que enarbola la bandera tricolor y la presencia de Juan Pablo Duarte en primer término. Gente cuya práctica está estrechamente relacionada con el honor, con los principios, con una visión de engrandecimiento de la patria y cuya existencia no enlaza con un pasado truculento, desbordado de maldades, de conductas indignas y perversas de toda índole, de apetitos siempre insatisfechos, de acumulación de riquezas mal habidas.
Es probable que el principal reto de nuestra historia se encuentre ahí, frente a nosotros, conjugando todas las variables posibles: un futuro honorable, la erradicación de la pobreza y la enfermedad, una patria digna, una conducta de respeto y de valor, una postura clara ante un mundo incongruente y conflictivo.
La decisión es nuestra. El respeto. La grandeza, Duarte como norte. O la francachela, el desorden, la venta de nuestra heredad por treinta monedas, corrupción ilimitada, crimen, maldad, injusticia, desorden y una caricatura de falso progreso material. Nuestra y de todos es la decisión definitiva.