Quien menos tú piensas te vigila. No sé si la práctica se mantiene después de la aparición del programa espía Pegasus, así como otros eficaces medios tecnológicos de fisgoneos puestos en el mercado. Antes era común encontrarse en las redacciones de reconocidas emisoras y periódicos con alguien sospechoso de ser un informante o “calié” al servicio de un organismo de seguridad del Estado.
Según la apariencia, esto se hacía oculto, “con mucha discreción” y supuestamente nadie lo sabía. El runrún, sin embargo, era motivo de sospechas y todo el mundo lo sabía en las redacciones, pero nadie decía nada.
Hace poco salió a relucir que la prestigiosa periodista e investigadora Nuria Piera había sido vigilada en el anterior ¿y en el actual gobierno? ¿Cómo? Para lo cual se dijo, se utilizó una avanzada tecnología israelí, el ya mundialmente conocido software Pegasus. La denuncia hecha por la organización Amnistía Internacional (AI) causó gran revuelo, se prometió entonces que se haría una profunda investigación, pero aún se carece de resultados.
Los connotados periodistas Persio Maldonado, director de El Nuevo Diario y presidente de la Sociedad Dominicana de Diarios (SDD) y Juan Manuel García, director de los desaparecidos, periódico El Siglo y Centro de Información Gubernamental (CIG) afirmaron a la redactora Marisol Aquino de Diario Libre, que ellos han sido víctimas de espionajes. Entienden que ya es “una tradición de los aparatos de seguridad de República Dominicana espiarlos y que con el tiempo lo que ha variado son las formas y las tecnologías para acceder a sus informaciones secretas”.
Incluso, -según sostuvieron- “en las redacciones se han infiltrado personas para obtener datos de sus compañeros”.
Un caso en Radio Mil
Ocurre que cuando laboré como reportero del noticiario Radio Mil Informando me enviaron a cubrir un caso de intento de asalto en una sucursal bancaria. Cuando llegamos al lugar el chofer de la “unidad móvil” de la emisora que andaba conmigo, se lanzó presuroso del vehículo, sacó un revólver y se aproximó a los policías, ubicados en las cercanías del local que era asaltado, hasta la captura sin mayores consecuencias de los asaltantes.
Me llamó la atención que este conductor –arma en manos-se mezcló rápidamente con los agentes policiales, con la confianza que produce ser uno más de la patrulla.
-“Yo bajé con mi arma por si acaso, esas gentes son peligrosas”, dijo. En tanto, yo comencé a buscar informaciones sobre el hecho que todavía estaba en pleno desarrollo. Cumplida la tarea y ya de regreso a la emisora pregunté al conductor si era policía, dijo que no, que lo había sido, pero que ya lo había dejado.
En otra oportunidad fui a cubrir otra actividad con Joselo, el chofer. Éste, que ya contaba con mi confianza, me dijo con cierto orgullo: “Yo vigilé a Hamlet Herman, el guerrillero”. Siendo un agente de los servicios de seguridad de la policía, éste había sido asignado para vigilar al ex guerrillero Hamlet Herman, quien luego fuera director fundador de la otrora Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET).
-“Eso fue difícil, me vi a punto de perder la vida; ese era un “hombre chivo”, guapo, embraguetao y, además, estaba bien armado”, expresó.
–“Cuando se me asignó esa misión, mi comandante me advirtió que fuera sigiloso y tuviera mucho cuidado con ese hombre, que él tenía entrenamiento militar y sabía bien sobre el uso de las armas”, agregó.
Joselo relató, mientras conducía para ir a cubrir otro servicio de la emisora, que esa vez se le asignó la encomienda de dar seguimiento hasta el cansancio y que la idea era que Hamlet Herman se sintiera hastiado de la presencia del informante.
-“Tenía que aparecer en todos los sitios a donde él iba y dejarme ver, eso se hizo día por día”, refirió.
Los servicios de seguridad del Estado tenían informaciones de que Hamlet asistía a reuniones políticas y desconocían los propósitos. Ellos querían que el ex guerrillero, compañero de armas del extinto Coronel de Abril, Francisco Alberto Caamaño, supiera que se le estaba vigilando. De esa manera, según los organismos de seguridad del Estado, se buscó forzar a éste a desistir de esos encuentros. -“A mí me entrenaron para realizar ese trabajo”, indicó. Y agregó: -“Solo tenía que mostrarme en los sitios, que él me viera”.
El interés principal era que Hamlet se sintiera vigilado. -“Una vez me di un maldito susto con ese hombre, pero por suerte fue el último porque a la sazón decidieron quitarme ese servicio”, narró Joselo, y precisó: -“En esa ocasión fui con mi motorcito y lo estacioné justo al frente de la residencia de Herman, bajé del motor, crucé la acera y me puse a observar por las persianas en el momento que éste almorzaba con su familia”. Dijo que se dejó ver -había hecho eso muchas veces en otros sitios de la ciudad- a donde éste había acudido.
-“Herman se paró furioso del comedor y avanzó hacia donde yo estaba. Cuando me percaté de su actitud, crucé la calle, cogí mi motor y salí corriendo. -Él se montó en su vehículo y me cayó atrás. Corrimos por varias calles de Gazcue, yo adelante en mi motorcito y él atrás”.
Joselo pensó que era su último día de vida, tenía referencia de Herman de que era un hombre de armas tomar y que no le perdonaría el asedio a que lo había sometido.
-“Ya me estaba desesperando, él no me daba tregua y el motorcito no daba más, doblaba las esquinas a toda velocidad sin importarme nada, él hacía lo mismo; llegué a pensar que me alcanzaría”. En eso, según narró Joselo, pudo avanzar por la calle Julio Verne y entró raudo a las instalaciones del DNI, donde el agente laboraba.
-“Este hombre llegó hasta cerca de la puerta del recinto de inteligencia ubicado al lado del Palacio Nacional. Se le veía alterado”, contó Joselo todavía algo confuso al recordar aquel momento. Precisó que el ex guerrillero se devolvió y acudió al periódico La Noticia, que estaba en esa misma calle, a donde hizo su denuncia sobre el acoso a que era sometido por el gobierno del presidente Joaquín Balaguer.
Ese mismo día sus superiores decidieron suprimir esa misión. –“Vamos a sacarte de ahí, si ese hombre te agarra te va a matar”, dijeron.
Aunque en la redacción éste juraba que ya había abandonado la policía, no era del todo cierto. En otra oportunidad un profesor llegó a la emisora a realizar una denuncia. Había sido militante del Movimiento Popular Dominicano (MPD) y estuvo preso acusado de porte ilegal de una pistola con la cual supuestamente se había ultimado a un sargento policial. Él negó la acusación y fue absuelto en los tribunales, pero según denunció, después de liberado se había desatado una persecución en su contra y temía que agentes de esa institución lo mataran.
En el momento en que daba sus declaraciones, Joselo estaba en la redacción y escuchó con atención todo lo que dijo el profesor. De pronto se retiró y a poco rato reapareció de nuevo, preguntó por éste con el alegato de que era su cuñado. Cuando se le informó que se había marchado, salió a alcanzarlo. Poco después un familiar del profesor llamó para denunciar que éste había sido apresado a la salida de la emisora.
Esa coincidencia creó aprensiones en torno a la función real de Joselo como chofer de la emisora. Al enterarse de la situación, el colega Simón Díaz que entonces cubría como reportero la fuente policial, lo confronta:
-“Hermano, yo soy más “tíguere” que tú, todavía eres policía; no lo niegues, te lo voy a demostrar”. Joselo insistía que había salido de esa institución. –“Te voy a demostrar que tú eres policía”, insistió Simón de manera enfática. Para sorpresa de todos, Díaz se apareció un par de días después con la “ficha original” de Joselo, lo cual confirmaba a éste como un agente activo de la policía.
Un fugaz silencio y expectación copó la redacción y Joselo que era el acusado como que enmudeció de repente, mientras Simón eufórico mostraba el documento:
-“Mira ahí tú maldita ficha, tú eres policía, todavía lo quiere negar, lo va a negar”. Y subrayó:
-“Oye una cosa, mira a ver lo que tú vas a hacer, porque aquí no pueden haber dos policías. El único policía aquí soy yo, tú tienes que hacer un deber”.
Pasó el tiempo y me encontré con Joselo en las cercanías del parque Colón. Se me acercó y conversamos un rato, me dijo que se ganaba la vida “canjeando dólares” a turistas en la zona colonial. Le pregunté si todavía era policía, me miró y estalló en risas.
-“Jajajaja, a ustedes los periodistas no se les olvida nada… Se despidió de mí y echó a andar –riéndose-a todo lo largo de la calle El Conde.
*El autor es periodista.