El sábado pasado, luego del mediodía y todavía con una larga lista de cosas pendientes por hacer, a lo que se le sumaba el sofocante calor de esa hora, continúo la odisea de buscar la Ortografía 5 de Santillana para mi hijo menor Francis Manuel, que, luego de un infructuoso recorrido por un sinnúmero de negocios, incluida la casa editorial, no he podido encontrar. La caótica vida de nosotros los padres.
En mi primera parada de libreros de ese sábado encuentro como respuesta un “no tenemos”, a lo que yo replico: “y dónde usted cree que lo puedo encontrar… ya he visitado muchas librerías”, a lo que me contesta: “talvez en Hermanos Solanos lo pueda encontrar”.
Como no me acordaba a ciencia cierta su dirección, con unas señas no muy claras del dependiente y desubicada por el calor que estaba friendo mi cerebro, llego a lo que pensaba era la mencionada librería para encontrar un letrero que decía “Unilibros.
Libros Universitarios e interés general”. Y como dicen por ahí “preguntando se llega a Roma”, entro, saludo y pregunto por el libro que busco.
La persona detrás del escritorio me mira y con tono amable, talvez por la frustración visualizada en mi cara, me dice que no, pero empieza a darme opciones y en cuestión de segundos levanta el teléfono y empieza a llamar librería tras librería preguntando por el libro que buscaba.
Realmente no lo encontramos, pero nunca podré olvidar el tiempo y esfuerzo que Gilberto Capellán, de Unilibros, dedicó a ayudarme sin siquiera conocerme.
Es ahí donde la palabra “servicio” cobra sentido y nos damos cuenta que todavía hay personas que están dispuestas a ayudar a los demás.