Cuento de camino: “A mi hija le robaron el cerebro…”

Cuento de camino: “A mi hija le robaron el cerebro…”

Cuento de camino: “A mi hija le robaron el cerebro…”

El periodista Emiliano Reyes Espejo. Fuente externa

Lauterio Gómez llevó a su hija al paraje de Palma Sola, en San Juan de la Maguana, donde los hermanos mellizos Romilio y León Ventura Rodríguez, quienes crearon allí un asentamiento para seguir las prédicas del legado de Olivorio Mateo Ledesma (Papá Olivorio). Los vecinos lo convencieron de que fuera a Palma Sola porque en aquel lugar se las podían curar.

 -“A su hija le robaron el cerebro con una brujería…”. – “Está viva por la misericordia de Dios”, le dijo uno de Los Mellizos al ver a la muchacha.

Cuando Gómez escuchó esas palabras dos gruesas lágrimas se asomaron a sus ojos. Sintió como si un mazo le golpeara fuerte en su cabeza y su rostro cayera de bruces sobre la barbilla como si quisiera esconder su cara. Pero se contuvo para evitar la más mínima muestra de debilidad y gimoteos. Secó sus ojos con discreción y se dijo para sí mismo -haciendo gala de hombre macho sureño que dicen no temer ni al mismo diablo-: -“Los hombres machos no lloran, no lloran y no lloran, se enfrentan a las circunstancias”.

Pero uno de los curanderos, Romilio El Mellizo, le volvió a remachar en el clavo al expresar ante un Gómez impertérrito y con mirada huidiza:

–“Lo que su hija tiene no es cosa de Dios, a esa niña le echaron una brujería endemoniada”.

Lauterio esperó paciente en una larga fila con su hija Juliana para entrar a una especie de choza rústica para ser atendido por uno de Los Mellizos, en Palma Sola. El curandero estuvo acompañado de un séquito de ayudantes uniformados con ropas de color kaki, que se mostraban rígidos ante los visitantes. Eran –hombres y mujeres que procedían de diferentes pueblos- y que son llamados “la guardia de Palma Sola” o “la guardia de Olivorio Mateo”, encargada de mantener el orden, la disciplina y organizar las filas de los seguidores de Olivorio que acudían al lugar.

Las personas permanecían en el pequeño paraje, ubicado en una zona anteriormente casi deshabitada de San Juan de la Maguana. En el lugar se vivía y respiraba un sano ambiente de camaradería. La gente exhibía allí un alto gesto de solidaridad y compartía los alimentos que eran preparados en el mismo lugar.

Llegaban personas de diferentes partes, especialmente de la región Sur. Algunos iban con sus mulas y burros cargados de víveres y otros alimentos que entregaban a la guardia de Los Mellizos para consumo de todos los visitantes seguidores de Olivorio Mateo y Los Mellizos.

Llegaban a este lugar –igual que Lauterio y su hija- a buscar la sanación para sus enfermedades, además de apoyo espiritual. Los más devotos de Olivorio Mateo terminaron quedándose en el lugar que crecía cada vez más hasta convertirse en un pequeño poblado carente de servicios elementales.

Juliana, una niña hermosa, de tez blanca y cabello lacio, color negro, era la primera hija Lauterio, quien a su vez era hijo de un familiar del general Máximo Gómez que mientras éste se fue a libertar a Cuba, su pariente emigró a la pequeña comunidad de Monserrate, Tamayo, donde se estableció, creando allí una pequeña familia.

Cuando Lauterio entró a la consulta y presentó a su hija Juliana a El Mellizo Romilio. Ésta no podía sostener la cabeza sobre su cuello y se veía famélica y enferma. El curandero lo miró y regañó con voz fuerte, autoritaria:

-“¡Carajo! ahora es que la trae cuando ya casi no se puede hacer nada por ella”.

Lauterio no sabía cómo explicar la situación de su hija ante el fuerte vaticinio de este hombre imponente, el cual siguió mirándole fijamente a los ojos, con su paño rojo colocado en la cabeza y un túbano encendido, en la mano derecha. Pensó entonces que todo lo ocurrido en torno  al caso de su hija estaba perdido. Esto último porque no habían valido para nada sus ruegos a Dios, ni todas las visitas que había realizado a Barahona, Azua y a Santo Domingo, donde los médicos les recetan medicamentos que veía que no terminaban de curar a su hija.

Al parecer, ésta no tenía una enfermedad de este mundo.

Cuando El Mellizo le habló en tono imponente y con una voz como que le surgía del más allá, Lauterio balbuceó algunas palabras inentendibles queriendo explicar la situación, pero optó por callar, no encontraba qué decir. El curandero tomó a la niña, se la acercó y comenzó a pasar las manos sobre su cabeza, la cual  apenas podía sostener. Se deslizaba de un lado para otro sin ningún control como “una muñeca de trapo”.

Era algo impactante. Juliana no podía sostener la cabeza y su cerebro bailoteaba en su interior “como una semilla de aguacate”. Solo podía tener la cabeza recostada, una vez la soltaba, esta se le inclinaba hacia adelante o hacia atrás, sin ningún soporte, sin la más mínima fortaleza. No tenía ni siquiera voluntad para soportar sobre sus desvalidos hombros. Los allí presentes miraban con pena a la joven, mientras expresaban lamentos y consuelos para su padre.

Lauterio contó que cuando El Mellizo, un fervoroso seguidor de Olivorio, lo vio a él en Palma Sola que era entonces un lugar envuelto en una aureola de mitos y magia, me miró fijamente a los ojos, y dijo en un angustiante lamento: -“Pobre niña…”. El curandero realizó un ceremonial en torno a Juliana y luego le hizo un ensalmo. Pidió entonces que le llevaran ramos verdes de hojas de palma recogidas en los montes adyacentes, las cuales pasaban por todo el cuerpo de la joven mujer. En ese momento solicitó a sus guardianes salir del lugar y lo dejaran solo con Lauterio y la hija.

-Tú dices que quiere a tu hija, pero no la quiere ná ¿cómo pudiste llevársela a esa mujer?”, dijo a Lauterio quien era un devoto de Olivorio. Aquel hombre cargado de angustia no se repone de las fuertes palabras que le encaró el curandero:

-“A esa joven la iban a matar por unas tierras que dejaron tus padres, los cuales murieron de forma muy misteriosa y sin que ustedes se percataran”. –“Esa maldad la está haciendo un familiar suyo a quien usted quiere mucho. Tienes que cuidarse de esa persona, ella no es buena y no se detendrá hasta destruirlo a usted, su familia y logre su objetivo, apropiarse de las tierras”, señaló.

-“Pero no se preocupe, vamos a curar a su hija”. -A ella-agregó- le robaron el cerebro con una brujería diabólica, sin que tenga culpa de ser la principal heredera de las tierras de tus ancestros”.

Y a seguidas Romilio advirtió a Lauterio: -“Siga creyendo en esa familia suya, esa mujer es una satánica mala y no se detendrá hasta que logre destruir su familia”.

Lauterio narró a Romilio El Mellizo de Palma Sola, que hacía cierto tiempo fueron invitados a una comida por parte de su prima Zura, –familia de ambos-que vivía en  la comunidad de Monserrate. Ella se esforzó para que participaran en un ritual a un Papá Bocó o Papa Legba- en la jerga vudú-, donde se “les montan unos espíritus a las gentes” para supuestamente mejorar la suerte.

Extrañamente, la mujer pidió con insistencia que llevaran a Juliana porque, según ésta, le iba a preparar “un resguardo” para que nadie le hiciera daño en el futuro.

-“Ahí fue que le tendieron la trampa”, expresó el curandero. “En aquel momento –agregó- se aprovecharon para robar el cerebro de su hija, pero el demonio no hizo el trabajo completo y apenas logra quebrar su cuello”.

La tía Zura

Ya siendo una adulta Juliana mencionó que fue llevada al paraje de Monserrate. Allí una prima de sus padres hizo una ceremonia de brujería y ésta, que ella llamaba La Tía Zura, esperó a su familia con un banquete. Preparó una mesa de gran tamaño debajo de una enramada, con un mantel rojo, brillante, reluciente, rebosante de comida. En esa mesa hay un pollo enorme como si fuera un pavo. También, tenía panes, una vasija con manteca de coco, refrescos rojo, amarillo y de color uva o morado.

-“Pusieron dos bateas al lado, una de zinc y otra de plástico, para que yo me bañaba con sangre de animales”, expresó.

Contó que aunque era una niña ella entró a la pubertad. Recordó el afán que ella tenía para que participara en la ceremonia. –“En una mesita que reservó para mí, tenía una comida sobre un paño blanco para que yo comiera un chin de pollo sancochado. Quiso, y con mucha insistencia, que ingiriera un pedacito del pollo y de cada uno de los alimentos que puso en la mesita”.

Había colgado “un colador de café gigante, bien grande”, ubicado en un extremo de las mesas. También, “un puerco gigantesco, tan grande, pero tan grande que parecía una vaca”. El enorme animal miraba fijamente a las personas, especialmente a ella, lo cual le producía temor y entonces pidió a su padre que regresaran a su casa en Tamayo, apenas a unos diez kilómetros de Monserrate.

Pero su padre Lauterio actuaba como un autómata. No le hacía caso, se plegaba a todo lo que Zura le pedía y como ésta se lo solicitó, optó por permanecer en aquel lugar. Luego, como parte de la diabólica ceremonia, la hicieron bañarse con todo y ropa en las dos bateas “y el agua que le echaron por encima de la sangre la pusieron en una mesita debajo del altar”. En el ínterin, “prendieron dos velas al revés” y las colocaron sobre el altar.

En tanto, Lauterio observaba y hacía todo lo que le decía su prima Zura, quien actuaba acompañada de un fornido negro de unos siete pies que llamaban Mandín. Era un hombre alto y musculoso, con ojos y cabellos rojizos. Nadie en Monserrate nunca supo su procedencia, se rumoreaba que éste, de tez extremadamente negro azulado se apareció un día donde Zura y a partir de entonces se convirtió en una especie de esclavo que hacía mansamente  todo lo que ella le indicaba. El recién llegado fortachón no tenía que usar su fuerza descomunal para atemorizar a las gentes del poblado, a él solo bastaba con que las mirara con sus ojos colorados y fulgurantes. Que se supiera, la única misión visible del mismo era llevar a pastorear las vacas y a otros animales de tamaños enormes que Zura criaba en tierras adyacentes a su casa.

Al día siguiente de realizar esta rara visita a Monserrate, Juliana amaneció como una sonámbula y su cuello no podía sostener su cabeza que entonces tenía que permanecer recostada de algo.

Después de visitar a los médicos y no encontrar respuesta a esta enfermedad, Lauterio y su hija Juliana visitaron Palma Sola donde fueron asistidos por Los Mellizos devotos de Olivorio, quienes ensalmaban personalmente a la joven. Los viajes lo realizaron en mulos y caballos por los viejos y empedrados caminos de Santana y Guanarate. Pasaban por algunos poblados de San Juan de la Maguana y desde allí se trasladaban al campamento o pequeño poblado de Palma Sola.

Juliana se fue sanando poco a poco. –“Olivorio a través de Los Mellizos me hizo unos ensalmos y me fui mejorando”, dijo con aire de satisfacción. Por agradecimiento decidieron quedarse un tiempo en el místico lugar. Después viajaban allí los fines de semana. En Palma Sola se integró a ayudar en asuntos de enfermería y a cuidar niños enfermos. Su padre Lauterio se alistó en la Guardia de Palma Sola y viajaba todos los fines de semana a hacer servicios voluntarios, ya que durante los demás días laboraba en el ayuntamiento de Tamayo.

A éste, después de todo, lo acompañó la suerte. La semana que no fue a Palma Sola tropas del ejército y la policía asaltaron el lugar y fueron enfrentados por los seguidores de Olivorio y devotos de Los Mellizos. Se produjo una verdadera masacre en aquel santuario, el cual dejó decenas de muertos. El gobierno envió a allí un contingente militar. “Durante los acontecimientos, resultó muerto este general de brigada Rodríguez Reyes, que comandaba las tropas militares, y resultó herido el entonces mayor Francisco Alberto Caamaño Deñó. Se dijo entonces que “el móvil fundamental lo constituyó la intención de aniquilar un movimiento de carácter mesiánico y popular que, a comienzo de los años 60, seguía las prédicas de Olivorio Mateo”.

Lauterio conservó por un buen tiempo el uniforme kaki de Los Guardias de Palma Sola que usó entonces y lo atesoraba como una conmovedora experiencia y un nostálgico recuerdo. Juliana, en tanto, se trasladó a la capital y allí procreó una gran familia. Cuando yo la visitaba en su residencia de Buenos Aires, del sector de Herrera, me decía llena de entusiasmo:

-“Sabía que vendría una visita, se lo dije a mis hijos, hoy me visita un ser querido…”. Preparaba entonces un brindis para su visitante.

Cuando le pregunté cómo se enteraba de manera anticipada de las visitas, me respondió que era a través de un grillo. -¿Cómo así?, pregunté con curiosidad. -“Oh, el grillo activa su canto de manera insistente desde que yo despierto”. Eso solo ocurre el día en que ella va a recibir una visita en su hogar. Aquel extraño insecto enmudeció mientras la visita permanecía en su casa y volvía a cantar después que se marchaba. Para ella esa era una señal de que, gracias a Dios, había recuperado sus facultades cerebrales y aquellos dones divinos que siendo una adolescente les permitían hacer adivinanzas de los números de la Lotería, volvieron a ella, lo que servían de halagos para su familia y allegados.

Había recuperado el cerebro que le robaron en su niñez.



TEMAS