Su rostro no se convirtió en camisetas, llaveros o encendedores y, difícilmente, un póster con su retrato adornará la habitación de un adolescente.
A diferencia del Che Guevara, Raúl Castro no fue un ídolo revolucionario. No se transformó en ícono ni en un bien de consumo.
Tras la salida del poder de su hermano Fidel por enfermedad, gobernó Cuba durante 12 años, pero la suya no fue la imagen del líder indiscutible y emblemático de la Revolución Cubana.
Este 19 de abril, el menor de los Castro, por su propia voluntad, debe retirarse del cargo de presidente de la isla.
Si bien deja una economía en el abismo y no implementó ningún avance en materia de derechos humanos y democracia, Raúl pasará a la historia por poner en marcha unas tibias medidas de apertura en la isla.
Algunos dicen que siempre estuvo a la sombra de su hermano: no tenía sus rasgos rotundos y carecía de su facilidad de palabra, su energía y presencia sobre el estrado.
Aunque fue una presencia permanente en la política cubana -desde el inicio de la Revolución hasta la actualidad-, al menos desde un punto de vista visual, Raúl fue un líder discreto. Un revolucionario (casi) sin iconografía.
El «barbudo» imberbe
Cuando Fidel y sus «barbudos» entraron en La Habana en enero de 1959, Raúl Castro iba con ellos. Había sido el comandante más joven del ejército rebelde y en breve se convertiría en ministro de Defensa y en el miembro más joven del gobierno.
El tiempo haría de él una de las presencias más duraderas de la historia política de Cuba.
Pero en 1959, Raúl no era un barbudo más, sino un muchacho de 24 años, casi imberbe.
Este sencillo rasgo físico lo alejó visualmente del arquetipo del revolucionario de la revuelta que se inició con el desembarco del Granma el 2 de diciembre de 1956.
Este pequeño detalle estético -quizá insustancial- puede ser visto también como síntoma de una diferencia más profunda.
«Entre los comandantes de la Revolución Cubana que llegan a distintos niveles del poder nacional entre enero y febrero de 1959, Raúl Castro es uno de los que menos acento carismático tiene. Yo creo que esto tiene que ver en primer lugar con su juventud. Raúl tenía 25 años cuando triunfa la revolución cubana», le dice a BBC Mundo Rafael Rojas, escritor cubano residente en México.
El «tribuno» y el «burócrata»
La diferencia de edad de Raúl respecto a los demás comandantes de la Revolución, argumenta Rojas, fue clave en el desarrollo de una personalidad política y un estilo distintos a los de su hermano.
«Fidel Castro se formó como político antes de llegar al poder. Era un político carismático que provenía de las tradiciones populistas latinoamericanas».
«En cambio, Raúl Castro es un sujeto político formado en la disciplina militar y en la disciplina partidaria. Eso le da un bagaje institucional muy propio. En la práctica, Raúl ha funcionado como compensación institucional o burocrática del liderazgo carismático de Fidel», señala el ensayista.
Este carácter más técnico y menos populista influyó quizá en el hecho de que la figura de Raúl no traspasara la frontera que hay entre la imagen política y la cultura popular.
En cambio, Fidel -en tanto que líder omnipresente durante décadas- emprendió muy pronto ese viaje hacia lo icónico.
La condición de mártires
Así lo hicieron también el Che Guevara y Camilo Cienfuegos, las únicas figuras que podrían discutir el liderazgo de Fidel en el terreno simbólico.
Su condición de fallecidos -de ausentes prematuros- los descartaba como una competencia al poder de Fidel en el terreno de la realidad.
«Hay una diferencia. El Che Guevara y Camilo Cienfuegos se construyen como íconos a partir de su condición de mártires. Hay una dimensión icónica de estos líderes antes de morir», apunta Rojas.
Esta dimensión icónica de Fidel, Camilo y el Che se alimenta -y se nutre a la vez- de la producción de las artes plásticas de la isla en el último medio siglo.
Pero basta con dar un paseo por el Museo de Bellas Artes de La Habana para darse cuenta de la ausencia casi total de la figura de Raúl Castro en este ámbito.
Presencia «invisible»
«Eso tiene una explicación muy lógica. Fidel ocupó un espacio visual y en el imaginario del pueblo cubano muy grande. El Che y Camilo están incluso en los altares de las religiones afrocubanas como héroes».
«Pero Raúl nunca encontró esa simpatía. No porque fuera malo, sino porque es invisible. Y estamos hablando de artes visuales», le comenta a BBC Mundo Orlando Hernández, escritor y crítico de arte cubano.
«Quizá por eso tampoco es una figura de interpelación pública. Hay una zona de la caricatura, fundamentalmente de la caricatura del exilio cubano que sí tiene a Raúl Castro muy bien incorporado dentro de esos discursos de interpelación del poder. Pero en las artes plásticas no tanto», dice Hernández.
«A finales de los 80-90 crece una corriente dentro de las artes plásticas postmodernas en Cuba de cuestionamiento o trabajo ambivalente con el ícono. Yo diría que ahí Fidel Castro desplaza al Che. La ambivalencia es siempre más fuerte siempre que aparece Fidel porque tiene más elementos de interpelación que el Che», agrega Rafael Rojas.
Imagen política
No obstante, la ausencia de Raúl como motivo icónico en las artes y en la cultura popular no significa que no tuviera una imagen cultivada desde el punto de vista de la propaganda política.
«Claro que existe una iconografía sobre Raúl. Existen vallas y existen carteles. No con la misma dimensión con la que hay de Fidel. Es una persona mucho más discreta. Pero eso no quiere decir que oficialmente desde el partido no se intentara construir una imagen de él», apunta Alfonso González, profesor de comunicación audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona que ha trabajado en el contenido de las vallas propagandísticas en Cuba.
Un ejemplo claro es la cabecera del Granma: un dibujo de Fidel y Raúl con las armas en la mano.
Es improbable que Raúl Castro se convierta en un ícono popular después de dejar la presidencia.
A lo largo de más de 60 años fue quedando gradualmente solo en el centro del escenario del poder en Cuba.
Ahora, el vacío que deja su retiro, quizás, lo haga inevitablemente visible.