Confesión final
Así que esto es la muerte, llegó a decir el bardo francés Paul Eluard en su último minuto de lucidez y totalmente convencido de que era una sensación muy distinta a los pálpitos de esos versos iniciales y sutiles que presagian el principio de un poema inmortal, magnífico, memorable; y que siete segundos antes de entregar la vida, los piensa hasta el final, verso a verso.
Después de una cena ligera
En la noche llegaba a la casa. Hacía una cena ligera y se iba muy temprano a la cama. De inmediato se acomoda de costado, y con el pelo blanco y suelto llena de manera generosa la almohada. Así se duerme y queda atrapada en un sueño apacible, completo.
Era el único lugar donde sentía la felicidad de manera intensa, tocándola, a su lado.
Nobleza
—Maestro Miguel Ángel, la humanidad nunca lo olvidará. «El Juicio final», esa obra hecha en la pared del altar de la Capilla Sixtina y que salió de su mano, no tiene precedentes. Se nota el trabajo paciente, el derroche de emoción y el despliegue de su talento creativo. A mí me resulta una obra compleja y sublime, rica en detalles impresionantes. Considérese el genio más grande de la historia. Su legado será imperecedero.
—Muy amable de su parte. Usted me conmueve con sus hermosas palabras. Y, qué le digo: ya quisiera yo creerme la mitad del talento que me atribuye.
—Dante. Dante Alighieri. No hay nada más abrumador que «La divina comedia». Nunca otro bardo tendrá el talento de abrumar a sus lectores con una imaginación tan explosiva y desasosegante. Esa obra es, sencillamente, perfecta.
—Muy amable de su parte. Usted me conmueve con sus hermosas palabras. Y, qué le digo: ya quisiera yo creerme la mitad del talento que me atribuye.
—Qué gran admiración. Maestro Donatello. Mis ojos no salen del asombro ante su «David desnudo», esculpido en bronce. Y qué decir de «San Juan Evangelista», hecha en mármol, o «El festín de Herodes», un relieve hecho en bronce dorado. Además de otras tantas esculturas tan prodigiosas que salen de sus manos.
——Muy amable de su parte. Usted me conmueve con sus hermosas palabras. Y, qué le digo: ya quisiera yo creerme la mitad del talento que me atribuye.
—Oh, Beethoven. Beethoven. Escúcheme, por favor. No me canso de asistir a todos sus conciertos. Mis oídos son privilegiados cuando escuchan la magia envolvente de su música. Las notas de su piano me tocan, llegan a mis intimidades y embriagan de manera sublime toda mi alma. Desfallezco cuando escucho su »Novena sinfonía»
—Muy amable de su parte. Usted me conmueve con sus hermosas palabras. Y, qué le digo: ya quisiera yo creerme la mitad del talento que me atribuye.
La segunda mujer
Eva, que nació adulta, también era una mujer inteligente y precavida.
Así que todas las noches, antes de dormirse, contaba las costillas del primer hombre. No quería sorpresas… y que a sus espaldas Dios intentara traer una segunda mujer a vivir en el paraíso.