Si es verdad que en 2017 y 2018 autoridades judiciales dispusieron la interceptación legal de casi 18,000 teléfonos, hay que preguntarse por qué si logran enterarse de tantas cosas permanecen sueltos tantos pillos y hay tanta flagrante impunidad.
Oír conversaciones ajenas es una de las artes básicas del espionaje desde los inicios de la humanidad. Desde la antigüedad es apreciada la información sobre adversarios para planificar campañas militares o acciones políticas. Pero entre nosotros la desfachatez del flagrante irrespeto a la privacidad de las telecomunicaciones es monumental. Hay “pinchadores” telefónicos privados famosos por la calidad de sus servicios.
Ayer el vicepresidente de Finjus, Servio Tulio Castaños Guzmán, abogó por atención gubernamental a tan enorme cantidad de intervenciones judiciales.
Urge también rescatar el derecho a la privacidad y poner fin a la impunidad de connotados grabadores impunes que frecuentemente son también chantajistas, extorsionadores y criminales burdos.
Esta morbosa vagabundería es tan común que la paranoia telefónica va pareja al terror social que puede ser la ordinariez que representa no merecer ser espiado…