Depende. Por lo menos aquí en el país las hay para todos los gustos y de todos los precios. Como en todo buen mercado.
Los precios van desde 10 mil hasta los 300 mil pesos, pero las hay mucho más cotizadas. Eso sí, hay que tener cuidado, porque pocas veces el precio se corresponde con la calidad del servicio que ofrecen. De hecho, siempre están sobrevaluadas.
También las hay de diferentes formas y tamaños. Hay incluso bocinas que funcionan en equipo, coordinaditas como una rondalla, a fin de que el sonido tenga “mayor efecto”.
Muchas son estridentes, algunas son vulgares y otras son tan sutiles que apenas se perciben como lo que son, pero igual hacen su trabajo.
O mejor dicho, igual hay que pagar por ellas.
Como habrá notado el lector, me estoy refiriendo a personas que sirven de amplificadores de las noticias que les interesa a quien les paga, y no a aquel “instrumento sonoro que consta de una pieza rígida en forma de embudo unida a una pera de goma con una lengüeta vibratoria en la unión de ambas partes, y que se hace sonar apretando la pera de goma, con lo que el aire impulsado hace vibrar la lengüeta”.
Mas no crean ustedes que la diferencia es enorme entre una cosa y la otra. De hecho hay grandes similitudes, pues, si analizan bien, en la definición supraindicada se habla de una “lengüeta”, un término bastante parecido a la palabra lengua que define ese órgano muscular clave para producir la voz.
Solo que en el caso de la lengüeta de las bocinas originales estas producen su sonido al apretar la pera de goma, mientras que el aparato articulatorio de las bocinas humanas se activa motivada por la voracidad del bolsillo.
En esto se parecen a las velloneras (¿se acuerdan?), ese aparato maravilloso que sonaba la canción favorita de quien echaba la moneda.
Así es como funcionan las bocinas a que me refiero. A veces son toscos y necios, pero también los hay verdaderos profesionales de la comunicación que se cotizan de lo más bien para “convertir en verdad” cualquier mentira.
En tanto que los “machucadores mediáticos”, como prefiere llamarle un teórico amigo mío, no siempre su papel es hacernos creer “las verdades” del Gobierno, sino confundir a la audiencia, bien para que no escuche otras voces o bien para que crean lo que dicen otras voces diferentes al oficialismo.
Se puede decir, con absoluta certeza, que cada gobierno, desde la dictadura de Trujillo a la fecha, ha tenido sus bocinas pagadas, sus papagayos y velloneras.
Trujillo instituyó la costumbre de pagarles a algunos con cargos diplomáticos, un verdadero dispendio, pero el dinero que se paga por este “servicio” jamás había sido tanto como en este siglo.
Nunca como ahora una labor tan deleznable como la de servir de bocina había sido tan lucrativa y apabullante.
De una cosa estoy seguro: podrán terminar sus días como millonarios, bañados en dinero, bendecidos por el poder que generosamente paga sus servicios con recursos del erario, pero al final irán a parar al lugar donde realmente pertenecen: al zafacón de la historia.
Y si es cierto que existe el infierno, veremos allí a las bocinas que hoy hablan con Dios en los labios, alabando las “bondades” del diablo y los “beneficios” de cada uno de los siete círculos del infierno.