Una de las facetas más desoladoras de la sociedad del espectáculo, híper-comunicada aunque sandeces sean el contenido, es cómo ciertos descabezados alcanzan una notoriedad que confunden con notabilidad. Los gringos tienen las Kardashian y París Hilton.
Nosotros a Karim Abu Naba’a. Conocidos suyos recuerdan cómo cuando muchacho salvó de milagro su vida al caerse de un peñón frente a Las Caritas del lago Enriquillo.
Desde que se recuperó, sus tropelías documentadas por la prensa van acumulándose impunemente y ciertos medios cómplices se lo celebran.
Por ejemplo le publican la idiotez de decir que el helicóptero en que aterrizó ilegalmente en el estadio Cibao “no pueden sancionarlo” porque su matrícula es estadounidense.
No hace falta ser psicólogo ni psiquiatra para notar, al ver sus ridículos vídeos en YouTube, que este joven requiere urgentemente de asistencia profesional. Lacera el alma pensar cuánto deben sufrir sus padres si es que desaprueban su comportamiento.
O si no, cuánto debe joderles que joda tanto. Una u otra, fiscales, familia y amigos –si los tiene— deberían enfriarlo…