Escribo afectado por la inmensa pena que me ha causado la muerte de mi amiga inolvidable Ligia Minaya. Este sentimiento de aflicción embarga igualmente a mi familia.
Con Ligia establecimos una relación muy cercana, casi familiar, de esas amistades que se inician, se mantienen y terminan tan solo con la muerte.
Dulce, mi esposa, la conoció mucho primero que yo, en los años duros de las persecuciones y tormentos del régimen balaguerista. Yo la conocí más tarde, pero la acogí como amiga porque aprecié enseguida el valioso ser humano que había en aquella mujer menuda, sincera y amistosa.
Con ella y su hijo, Van Troi, vivimos Dulce y yo una experiencia inolvidable, cuando con ellos como anfitriones y guías hicimos un largo y placentero recorrido, por tierra, por cuatro estados del Viejo Oeste de los Estados Unidos. Ligia terminó por quedarse en Denver, Colorado, donde vivía y vive VanTroi, pero la comunicación se mantuvo activa, porque Ligia, que era una magnífica escritora, Premio Nacional del Cuento, mantenía una columna fija en “Diario Libre”, y porque las llamadas y los mensajes eran frecuentes.
Finalmente decidió retornar a vivir a su país y siempre mantuvimos la cercanía propia de los buenos amigos. Nos visitaba regularmente y aunque la conversación lucía animada como siempre, ella misma expresaba estar abrumada por una depresión muy grande.
Casi todos los fines de semana hablábamos y la recibíamos en casa con el cariño y la hospitalidad que ella nos merecía y que en la situación en que ella estaba le resultaba más necesaria que nunca.
Su última visita a casa fue el sábado anterior a su deceso. Nos dijo que viajaría a Moca. Era nativa de ese pueblo, lo quería con una mocanidad muy acentuada, como quería a sus amigos, José Rafael Lantigua, Adriano Miguel Tejada y otros que mencionaba habitualmente.
El sábado antepasado estuvo en casa, nos dijo a mí y a Dulce que en la semana siguiente iría a su pueblo a pasarse el fin de semana con su familia. Y el sábado siguiente me avisó, el también mocano y amigo de Ligia, Basilio Belliard, que Ligia Minaya estaba muerta, precisamente en Moca, adonde había viajado.
Ha sido un golpe muy duro para los parientes y amigos de Ligia y aquí en casa hemos hecho el esfuerzo de amarga resignación que sigue a muertes como esta.
Pero será imposible olvidarnos de ella, por todo lo que significó como escritora y ser humano y por el aprecio inmenso que aun después de muerta le seguiremos dispensando en esta casa. Qué pena, Ligia Amiga. ¡Cuánto lo siento, y qué tristeza nos causa tu partida!