El repentino fallecimiento del colega y buen amigo Mario Emilio Guerrero, es un duro golpe para la crónica deportiva nacional, porque durante más de cuatro décadas se convirtió en un guerrero defensor de los mejores intereses del deporte nacional.
Cuando recibí la noticia de parte del colega Leo Corporán, en la sala de redacción de EL DÍA, simplemente quedé atónito.
Me tuve que recostar en una columna del edificio por unos minutos para poder asimilar el golpe.
Se podría estar de acuerdo o no con sus planteamientos, a veces radicales, pero su mayor bonanza, es que fue un trabajador mil por mil, incansable, en todos los proyectos que desarrollaba.
En los últimos meses nos encontramos un par de veces, siempre con una sonrisa antes de emitir una opinión sobre tal o cual acontecimiento deportivo.
Su deceso es, reitero, un golpe terrible para la crónica deportiva y el deporte en términos generales, porque aparte de sus funciones en diferentes medios de comunicación donde incursionó por más de 40 años, también fue un dirigente 24-7, al punto que por años estuvo presidiendo la Asociación de Tenis del Distrito.
Quiero terminar esta columna con los dos primeros párrafos de la canción del cantautor argentino Alberto Cortés, “Cuando un amigo se va”.
“Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, que no lo puede llenar, la llegada de otro amigo. Cuando un amigo se va, queda un tizón encendido, que no lo puede apagar ni con las aguas de un río”. Paz eterna para Mario Emilio, quien dio gran parte de su vida al deporte.