Esta República nació defectuosa. Hechos. Poco después de proclamarse el 27 de febrero de 1844 y de ser vencidos los primeros intentos de reocupación acometidos por los haitianos, se convocó la Constituyente para dotar la República Dominicana de su respectiva Carta Magna.
La Constituyente sesionó en San Cristóbal durante meses, culminó el 6 de noviembre con una Constitución con importantes cláusulas democráticas. Se eligió al primer presidente de la República, y la Junta Central Gubernativa, que venía conduciendo el naciente Estado, debió ser reemplazada por Pedro Santana, un general exponente por excelencia del atrasado poder social y la arcaica mentalidad de los hateros, hombre de rudos procedimientos y de arraigada vocación dictatorial.
Llegó el instante de la juramentación. La Constitución aprobada ponía determinados límites al poder presidencial y Santana dijo que no, que ningún documento podía limitarle sus mandatos y para acreditar su palabra llevó su fuerza militar y le puso cerco al local donde tendría lugar la ceremonia, y como ya se ha dicho que “el poder no se desafía”, todo el mundo quedó manos arriba y hubo que reformar el texto como quería el Presidente y tal vez sea este el único país del mundo cuya Constitución ya antes de nacer había sido reformada.
Se dijo que entonces la fuerza sustituyó el derecho y el soldado sustituyó al ciudadano. Se introdujo el artículo 210 y el Presidente comió con su dama, porque se le otorgaron poderes ilimitados sin obligación de responder ante nadie por sus actos.
De un solo sablazo se anuló todo lo que pudo haber tenido de avanzado aquella Constitución “para crear una dictadura irresponsable”, como dijo el historiador don José Gabriel García.
Este episodio viene a cuento porque la proclamación de la República debió ser el inicio de una verdadera revolución democrática, de una transición hacia un orden institucional en el cual un presidente, sea cual sea, tenga sus límites marcados por una Constitución que se respete y por el poder legítimo de instituciones efectivas y funcionales.
Esa transición fue y ha sido sistemáticamente bloqueada por la fuerza y las maniobras de baja ley. Y no solo sigue pendiente de cumplirse, sino que con lo que estamos viendo en estos días alrededor del Congreso, a cualquiera le asalta la creencia de que, con formas y matices diferentes, estamos casi en los mismos tiempos de Pedro Santana.