Cuando era niño asistí a la doma de un caballo nacido en casa. El procedimiento estuvo a cargo de Pedro, hijo de Bruna, por lo que se le distinguía de otros Pedro de la comunidad como Pedro Bruna.
La doma se llevó a cabo en dos etapas que ahora distingo, acaso tres. La primera, “majar el potro”. Un procedimiento rudo, áspero, por cuenta del campesino especialista empeñado en imponerle la soga al cuello, seguir al trote a otro caballo montado por jinete en un camino con baches, piedras, cuestas y pendientes.
La segunda, meterlo en un charco del río Soco con el agua hasta los ijares para montarlo hasta el cansancio; después, fuera del agua e imponerle la marcha por el rumbo escogido por el domador, no por el de su voluntad, llevar un freno metido en la boca —hasta ese momento lo ataba una jáquima—, soportar rebencazos por las ancas y la presión o golpe con los talones en los ijares como si le estuvieran hincando espuelas.
La tercera, si se quiere, digámosle de sumisión, a veces relativa a órdenes del jinete, con su temperamento áspero y sus gritos, a la monta de otra persona, incluido yo —un muchacho—, con la vigilancia del domador receloso.
Este recuerdo, recogido más de 50 años después, es parte de mi paraíso, días de la infancia en Tunal, el lugar donde nací en El Seibo y donde aprendí con una de mis abuelas a leer antes que a escribir y vérmelas más tarde, a los seis o siete años, con la escuela y más adelante con el libro Composición, de Joaquín Añorga Larralde.
De una de las ahora denominadas redes sociales —siempre las ha habido— recojo en estos días el contenido de un mensaje, más o menos en estos términos: años de kínder, años de primaria, años de secundaria, años de universidad para trabajar años durante ocho horas cada día, dejar una hora más en el tráfico y un día, cuando llegas a los 60, jubilarte con un ingreso promedio pero ya carente de energías.
Deben de ser asuntos diferentes, pero al leer aquel mensaje tres hechos idos llegaron como recuerdos; uno, el encargo de la doma del caballo a Pedro Bruna; otro, la escuela, y tercero, una lectura de la madurez, no para desarrollar alguna destreza en la lectura, la escritura y la comprensión, como en Composición, sino en la busca de entender el mundo: Leviatán, de Hobbes.
Este fue, acaso, el primer estudio de la sociedad hecho en Occidente, cuando todavía no había sido inventada la sociología, disciplina que intenta el estudio, la explicación y el entendimiento de hechos comunitarios e instituciones.
Acaso esto no tiene nada que ver con el oficio de escribir, del que me ocupo en estos días, pero tal vez sí. A la cultura se entra con la doma para poner a un lado al salvaje. Donde esta no tiene lugar la criatura cerebral es un potro sin Pedro.