La multitud está más silenciosa que de costumbre.
En la audiencia semanal del Papa en la Plaza de San Pedro este miércoles, los turistas y peregrinos apenas llenaban la mitad de la explanada.
De hecho, era fácil llegar al frente para ver pasar a Francisco en su papamóvil.
En su discurso, el Papa reflexionó sobre su reciente viaje a Irlanda.
El obispo de Roma explicó que su reunión con ocho sobrevivientes de abusos sexuales por parte de los sacerdotes dejó «un profundo impacto«.
La audiencia fue, sin embargo, un sombrío recordatorio de que la noticia y el asombro que trajo el papado de Francisco están dando paso a dos batallas que, ahora, se están convirtiendo en una sola.
Las dos batallas
La primera de estas batallas enfrenta al Papa es contra quienes lo acusan de no hacer lo suficiente para enfrentar el abuso sexual de niños en la Iglesia.
Los principales oponentes de Francisco en este caso son una coalición ad hoc de sobrevivientes de abuso, católicos enojados y líderes seculares, que creen que la Iglesia tiene demasiado poder sin control.
La segunda batalla ve al Papa peleando contra críticos conservadores católicos que lo acusan de diluir su fe: en particular, objetan sus movimientos para permitir que los católicos divorciados y casados tomen la comunión.
Pero ahora estos últimos están adoptando la bandera de la primera batalla, el abuso infantil, como un nuevo frente en su larga ofensiva.
Las dos batallas se unieron finalmente la declaración de 11 páginas publicada por el arzobispo Carlo Maria Viganò el pasado 26 de agosto.
La carta de Viganò
En el texto, Viganò acusó al Papa de no haber actuado en 2013 contra las denuncias de que el cardenal estadounidense Theodore McCarrick había abusado de menores.
El documento, cuyo contenido niegan los seguidores de Francisco, también ataca temas más amplios sobre la forma en que se dirige la Iglesia.
«Las redes homosexuales presentes en la Iglesia deben ser erradicadas. Estas redes homosexuales actúan bajo la ocultación del secreto, mienten con el poder de los tentáculos de un pulpo, estrangulan a víctimas inocentes y vocaciones sacerdotales y están estrangulando a toda la Iglesia», escribió Viganò.
Pero a algunos observadores del Vaticano, estas acusaciones les suenan familiares.
«En el centro de todo esto está la animadversión contra el Papa«, asegura Robert Mickens, editor en inglés del diario católico francés La Croix International.
«Viganò es una especie de personaje extraño en este caso porque en realidad son un grupo de personas. ¿Cuál es el motivo detrás de esto? Derribar al Papa Francisco de cualquier manera posible. Están tratando de hacerlo caer en una trampa y Francisco no está cayendo en eso», argumenta.
Pero otro grupo de periodistas conservadores en Roma da voz a gran parte de la insatisfacción con el actual papado.
«No creo que haya una campaña tan organizada, pero durante mucho tiempo ha habido un creciente y profundo sentido de preocupación e, incluso, enojo por este pontificado entre muchos católicos practicantes», considera Edward Pentin, del diario conservador católico National Catholic Register.
«Están particularmente frustrados porque están tratando de mantener las enseñanzas y la moral de la Iglesia, pero no se sienten bien atendidos por el Papa y gran parte de la jerarquía», señala.
Esas voces incluyen, según su criterio, un número de cardenales.
En 2016, cuatro de ellos le escribieron a Francisco pidiéndole que aclarara su enseñanza.
Fue visto como un acto altamente inusual de protesta o, incluso, desobediencia.
Pero la carta, cuestionando abiertamente el juicio del Papa, fue solo avance de la declaración de Viganò.
¿Tendrá éxito el Papa?
Francisco no respondió a la carta de los cardenales, como tampoco se ha pronunciado sobre las acusaciones de Viganò.
Al parecer, el Papa ha decidido claramente que no hay nada que ganar al participar en una batalla abierta contra sus críticos conservadores.
No es nada nuevo.
Los Papas pueden esperar enfrentarse a facciones disidentes dentro de la Iglesia.
En 1988, el Papa Juan Pablo II dio el dramático paso de excomulgar a una sociedad religiosa renegada liderada por el arzobispo francés Marcel Lefebvre, que había rechazado las reformas del Vaticano.
Benedicto XVI tomó también una línea estricta contra los sacerdotes que se desviaron de la enseñanza oficial.
Pero la lucha contra los oponentes doctrinales puede ser la más fácil de las dos batallas de Francisco.
La lucha pública más amplia del Papa para convencer a los otros críticos dentro y fuera de la Iglesia de que es capaz de enfrentar el legado institucional de abuso sexual clerical puede ser mucho más difícil.