Expertos opinan que las exitosas marchas verdes significan una incipiente revolución moral. Me apena disentir.
Las protestas populares contra la corrupción e impunidad indican ciertamente un despertar de la conciencia social y cuán harta está muchísima gente por la desfachatez de políticos, empresarios y otros caras duras.
Demasiados malandros se burlan de la miseria con extravagancias imperdonables. Pero sospecho que la mayoría de los marchantes verdes son parte del tercio del electorado que no votó; estaban desencantados con políticos y partidos ladrones y mentirosos.
Son cómplices por desidia.
Tristemente, muchos que quisieran suplantar a quienes mandan hoy son tan corruptos o peores; apenas aspiran igualarlos malamente.
Revolucionar moralmente nuestra sociedad requiere que muchos poderosos tomen conciencia de la necesidad de cambio, por conveniencia o temiendo ser arrasados por alguna poblada.
Edmund Burke creía que los cambios sociales violentos o abruptos generan mayores injusticias que las que buscaban remediarse.
Con tantas bondades, expectativas, potencialidades y sueños, ¿no sería mejor sanar y sanear nuestra democracia en vez de matarla? ¡Podría irnos mucho peor!