Malecón con Máximo Gómez, ¡¡casi las 8 de la mañana del día primero y ahora es que le toca a Omega!! Poco antes ha estado Alex Matos (creo que así que se llama). Ha tirado algunos trozos de sus salsas haciéndose corear insistentemente por el público. Debe ser una estrategia de los artistas para trabajar menos.
Pienso si se habrá levantado para ir a servirse como desayuno fuerte o si no habrá dormido por cantar en otras fiestas de mejor paga.
Sin embargo me asombra este Alex. Excelente voz y ritmo. “Plugo a Dios” –como escribía Bartolomé de Las Casas– que no corra la misma suerte que el Alex de hace algunos años.
Antes que Alex, y entre largas pausas, han estado grupos con letras ininteligibles y sonidos indigeribles. Todo como para la fácil ingesta de dos neuronas que se tiran una a la otra la difícil ”pelota musical” de sus intervenciones.
¡Ah, pero La Materialista! La oía y la imaginaba.
Como a media madrugada la oía hablar todo el tiempo arengando a “las mujeres de pantaloncitos cortos y apretados” a moverse tal como (imagino también) ella lo hacía (o quizás lo hacía un corillo, no sé). Igual la oía que arengaba a los hombres de pantalones ceñidos a moverse también.
No sé si moverse como ella, pero moverse. Y la imaginaba “mover las chapas” como pedía a “su público” que lo hiciera.
Y lo dejo a la imaginación también, porque nada especial habrá hecho con ese batir de grasas que se ha vuelto popular entre mujeres voluminosas de cuerpos vertidos en pantalones diseñados para dar aspecto y formas que ya quisieran tener.
En tanto, en casa, ni la pobre “Flaca” ha podido descansar. Se ha pasado todo el tiempo maullando y paseándose desesperada por el balcón. Imagino a los perros de la zona… en la angustia más dolorosa entre ojos y oídos. –Ya dormirán cuando pasé el ruido– pensé.
Fui a las 7 de la mañana a comprobar por mí mismo el muladar en el que una extraña “felicidad”, y una más extraña aún “humanidad”, arrastraban los pies junto a la basura y desechos propios.
En la calle, a todo lo ancho de la intersección Malecón-Gómez, se mezclaban y amontonaban vasos plásticos, fundas plásticas, latas, botellas… todo en una humedad que sugería orines, cerveza, refrescos… unas en charquitos y otras como una película que cubría todo el espacio de la gente allí congregada.
¡Y hasta era de buen ver el escenario! Digno de mejores propósitos. Con la última ocurrencia tecnológica de luminosidad, colores y animación para encantar los ojos sanos o hipnotizar los enfermos.
Se sentía hasta bien logrado el sonido… de no ser por el efecto que hace vibrar paredes y cristalería. Pero no era solamente las vibraciones por el “tam-tam”… ya conocido, sino las vibraciones largas, como de efecto telúrico y torturador, de tanta profundidad y penetración que ya quisieran algunos terremotos tener tal capacidad para aterrorizar poblaciones.
Regresé a la casa. El sol ya estaba afuera y pensé que ahí terminaría la cosa. Esperaba con la ansiedad de un enfermo sexual insaciable la hora de poder dormir… Pero no tendría garantías de descanso con la pesadilla que justo después de Alex viví en la voz de Omega cantando una balada.
Siendo las 8 ya se me ocurrió bajar de nuevo movido por una interrogante: ¿cuántas personas estarán en estos momentos “disfrutando” los lamentos de Omega?
Éste era ya el último “artista” en presentarse. Así que preferí situarme en la esquina Gómez-Independencia, frente a la horda que subiría con orientación norte por la Máximo Gómez. Con un contador manual obtendría un número bien aproximado de la cantidad de personas que quedarían en ese momento final. Algunas situaciones llamaron mi atención.
Por ejemplo, tres hombres jóvenes trataban de mantener de pié a un niño evidentemente intoxicado por alcohol que a veces se aferraba a uno de ellos, otras se le doblaban las rodillas, mientras la mirada perdida clamaba por una conciencia que se le escapaba. “¡Atiende a ese muchacho que es tu hijo!”, le increpaba uno del grupo a otro. Les hice una foto.
Unos 300 policías habían estado en la custodia el evento. A uno de ellos le dije lo del niño intoxicado… “Que llamen al 911” fue todo lo que obtuve de él.
(Y yo contando gente con mi aparatico) Una agente de Amet se empeñaba en recuperar el orden del tránsito, pocos le hacían caso. Un lujoso carro negro le ignora también, casi le pisa los pies al girar en “U” en la misma Gómez.
El aspecto de sus ocupantes: un hombre y dos mujeres, es el inconfundible aspecto de gente bajo el efecto de drogas. Ese efecto de sentirse dueños de las calles y de las vidas de los de a pié.
Borrachos maldiciendo; borrachas todavía empeñadas en “lucir”; más niños atontados por la bebida de mano de “padres” de ojos vidriosos. Gente preguntando por “el metro”, gente preguntando por “la Independencia” y por “la Gómez” estando en ambas…