Un hombre de la montaña que le han tomado los años con la rabia de no poder trabajar. Ocho hijos, prole menuda para la gracia profusa de su pasada juventud. Doña Pola se le fue hace cuatro años, perdió un dedo en cada mano por culpa del trabajo monte adentro, sacando vida a la tierra.
Vive en Pinar Quemado, Jarabacoa, recostado en un tronco ennegrecido que le ampara su espalda trabajada y su cuerpo cansado.
En la sierra los hombres son eternos, el frío y tanto cruzar caminos momifican. Caminan mucho y se preocupan menos. No saben de préstamos bancarios ni de carros del año. Son cosas que no les importan. La capital les apesta. Su mira está puesta en los conucos, en cruzar empalizadas y atender tierras ajenas por la paga del pan.
En sus 94, ha cruzado de Jarabacoa a Constanza, tanto como noches han caído. En mulo y en sus propios pies. Montado en la sierra ha contemplado atardeceres espectaculares y ha bebido el café fuerte de la loma. Ha visto ríos crecer y recuperar sus calados, y una que otra noche ha sentido la presencia celestial de sus ancestros.
Conoce palmo a palmo cada metro de las montañas que se asientan en la parte baja de Pinar Quemado y rascan la espalda de El Mogote para abrazar las montañas frías de Constanza.
Por su cabeza pasan todo tipo de pensamientos: los jóvenes no quieren trabajar, las mujeres son buenas, lo más importante es la familia y otras reflexiones.
Dice que, sin embargo, que le apenan las mujeres porque asegura se meten con jóvenes de hoy a mañana y tienen dejarlos porque no quieren trabajar. El canto de un gallo en 24 horas dura más que los matrimonios de hoy, piensa.
Entre los tesoros de su historia guarda que sus vecinos no pueden decir que fregaron plato de un hijo suyo, pues les buscaba la comida.
Doña Pola cocinaba para todo el mundo. Sabía alimentar hasta 40 personas, todo el que rondaba su enramada de fogón tiznao. Los fogones siempre estaban prendidos. Ella está en los capítulos añorados de su vida y en una vieja foto colgada en el centro de la sala de su casita de campo.
Los huesos de Pinar Quemado los conocí recientemente en una ruta de senderismo de esos que airean el alma y nos muestran la simpleza de la vida en gente como Don Cirilo.