Cada General tiene sus propios sueños, uno de ellos es hacer y vivir su propia guerra. No importa contra qué o contra quién o quiénes. Porque para algo llegó a General.
En épocas recientes los generales soñaron con hacer sus guerras contra los movimientos de izquierda. Eso le dio brillo, poder, riqueza, relaciones y apoyo de los amigos del Norte.
Libraron sus “heroicas batallas” contra indefensas agrupaciones estudiantiles organizadas. Alzaron sus armas contra indefensos estudiantes de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), frente a los gremios de maestros (como la ADP), de choferes como UNACHOSIN. También, alzaron sus espadas contra los obreros portuarios y fabriles (POASI, por ejemplo).
Estos orondos oficiales se sentaron a planificar estrategias para las guerras que libraron contra las entidades barriales (clubes culturales, asociaciones de intelectuales, etc.) periodistas, médicos y otros profesionales.
Pero ¿acaso se ha visto -o sabido tras bastidores- que esos generales se plantearon en alguna vez, en alguna oportunidad, librar una guerra contra el imperio?
Eso no me suena. En mi corta existencia nunca he oído hablar de esa posibilidad.
Después de la Guerra de Abril, cuando el pueblo se alzó en armas para reponer la Constitucionalidad, la cual fue arrebatada a la nación con el derrocamiento del presidente constitucional del profesor Juan Bosch, la efervescencia política y reivindicativa se propagó por todo el país. La “muerte del chivo”, y después la revuelta de abril, abrieron faros de luces que iluminaron las mentes de miles, millones de ciudadanos en todo el territorio nacional. Se trató del pueblo dominicano en el sentido neto, pero especialmente los jóvenes, los cuales vivían adocenados, adormecidos y aterrorizados por la fiereza persecutora de los gendarmes del tirano, decidieron romper las cadenas y lanzaron sus gritos de libertad.
Los años pasaron. No ha sido en vano. Según recuerdo, luego del ajusticiamiento de Trujillo y la revuelta de abril, en el pueblo dominicano surgió una inaudita ansia, un anhelo vehemente de libertad. –“Hay que Navidad, Navidad; Navidad con libertad”, cantaba alegre la gente, porque se había librado del yugo trujillista.
Pocos pueblos del globo terráqueo han gozado como lo hizo el pueblo dominicano -estos momentos de libertad-, y lo hizo lleno de alegría y esperanza. Han sido instantes de regocijos que se vivieron luego de que se libraron del tormento a que había sido sometido por la dictadura y sus gendarmes.
En las distintas comunidades se despertaron las luchas reivindicativas. La gente reclamaba que el Estado cumpliera con sus necesidades latentes y apremiantes. En Tamayo, los estudiantes y los ciudadanos se lanzaron a las calles. Iniciaron un movimiento de protesta para reclamar la construcción de un liceo secundario.
Un día salimos en marcha por todas las calles del pueblo enarbolando una consigna: ¡Construcción del liceo! El plantel escolar operaba en el antiguo local del Partido Dominicano, del presidente Trujillo, y resultaba pequeño para la cantidad de estudiantes que allí estudiaba. Recorrimos las distintas calles de manera ordenada. La marcha había sido concertada con el movimiento estudiantil de Vicente Noble y varios llegaron y se sumaron a los reclamos, los cuales gozaban del apoyo de la gente. Algunas personas del pueblo no se limitaron a observar impresionadas por la demostración pública, por aquel desplazamiento de protesta, sino que se sumaron a la actividad.
Los estudiantes llegamos a la esquina de la calle 10 de marzo esquina avenida Libertad. Un joven de cuerpo fornido que no conocíamos, pero que se nos dijo que era un estudiante de Vicente Noble, gritó a las masas que marcharon hacia el cuartel de la Policía.
Pero ya unos cuatro agentes policiales avanzaban hacia los manifestantes. Los policías comandados por el sargento Terrero nos interceptaron y nos reclamaron que desistiéramos de la protesta y nos fuésemos a nuestras respectivas casas. Hilson, que era, supe después, como se llamaba el estudiante vicentenoblense que había llamado a marchar hacia el cuartel, le salió al paso al sargento Terrero y expuso sobre los derechos que tenía el pueblo a reclamar.
– “Este pueblo tiene todo su derecho a reclamar la construcción de un liceo y luchar por su libertad”, expuso Hilson al oficial. A seguidas, enfatizó: – “Además, esta protesta es el inicio de una larga lucha revolucionaria que llevará a la clase trabajadora hasta la cúspide del poder…”.
No había terminado bien la última frase cuando el sargento Terrero ordenó a un policía llamado Antonio que apresaran a ese estudiante.
– “Agente, agarre a este de inmediato”, dijo con voz enérgica el comandante del cuartel policial de Tamayo. El agente Antonio se acercó a Hilson y lo agarró por un brazo para detenerlo, pero éste, en un rápido movimiento de defensa, empujó al policía, el cual “patinó” sobre sus piernas y casi cae de nalga al pavimento.
Cuando el sargento Terrero vio ese accionar de Hilson, sacó su pistola y lo encañonó. Los otros policías se abalanzaron sobre el joven, y lo arrestaron.
Los manifestantes comenzamos a reclamar frente al cuartel de escasos agentes policiales la puesta en libertad de Hilson. – ¡Libertad para Hilson…!
Al lugar se apersonó el pastor evangélico Evaristo y un sacerdote del lugar interesados en mediar para evitar una tragedia en el apacible poblado sureño. Se creó una comisión con estos religiosos y me incluyeron en la misma. Mientras negociamos en el cuartel la puesta en libertad de Hilson, se presentó en el pueblo con su tropa de policías el General De La Paz, comandante de la plaza policial de Barahona.
En una inusitada acción represiva y de amedrentamiento, el alto oficial entró a Tamayo disparando “a diestra y siniestra” tiros y bombas lacrimógenas y de estruendos. Lanzó bombas y tiros en el parque y siguió calle arriba disparando, mientras las gentes que no sabían lo que estaba pasando, corrían despavoridos en todas direcciones. Previamente, había hecho lo mismo en Vicente Noble. Allí nadie sabía lo que ocurría y se protegió como pudo de los disparos. En el cuartel de Vicente Noble le manifestaron al General De La Paz que era en Tamayo donde un grupo de facinerosos había asaltado el destacamento.
Cuando llegó a Tamayo el General De La Paz lanzó bombas y tiros en el parque y cuando llegó al cuartel comenzó a disparar contra la propia estación policial. Ni los que estábamos allí negociando, ni el propio sargento Terrero, sabíamos a ciencia cierta lo que estaba ocurriendo, ni por qué dispararon contra el cuartel. Cada uno se protegía como podía de las bombas que eran lanzadas al recinto. Allí, en una esquina del local, había un tanque lleno de agua que los policías usaban para bañarse. Todos recurrimos al mismo para entrar la cabeza y así protegernos de los gases lacrimógenos.
En un momento zambullí la cabeza en el tanque a la par que lo hizo el sargento Terrero. Cuando la saqué se me ocurrió decirle al oficial, tal vez con cierta candidez: – “Sargento, ¿nos va a soltar al estudiante?”. Éste me miró y en tono molesto, me respondió: – “Mire carajo, lárguese de aquí si no quiere que te tranque a ti también”. Corrí de inmediato por el patio de la policía y me interné en la finca guineera de Don Humberto Michel y me fui regendiendo entre guineales hasta salir a mi casa.
Al otro día, Hilson fue llevado al tribunal del lugar ante un juez que lo condenó por alterar el orden público. Los estudiantes hicimos una colecta y reunimos el monto de la multa y lo sacamos en hombros del lugar, lo que aprovechamos para realizar otra marcha para celebrar la puesta en libertad de Hilson y por la construcción del liceo.
El General De La Paz libró la guerra de sus sueños, pero contra un pueblo chico y desarmado.