Mientras una mafia cultural y farandulera que ha monopolizado todos los espacios de la cultura –claro, con sus excepciones- sea la que determine el valor estético y discursivo de una obra literaria, no habrá literatura propiamente tal que represente a la verdadera República de las Letras; una mafia, que, sin el menor reparo, a veces se ha agenciado ella misma los premios, al valerse de su calidad de autoridad funcional de la cultura, con cabildeos y sobornos a diestro y siniestro, y en ocasiones, algunas, con una mendicidad lastimosa a fuerza de arrastrarse al que tiene el poder final de otorgar el galardón.
Para una obra ganar un premio en un concurso literario, no creo que sea elegante que el jurado se deje intimidar por el título que lleve, ni por su contenido, ni porque haya sido escrita por una presunta autoridad del saber literario que muchas veces resulta ser más funcional que artista de la palabra.
Antes bien, idéntico jurado ha de demostrar, vista su probada capacidad de análisis, estudio y evaluación de una obra literaria, que está estéticamente bien lograda, capaz de despertar, si no admiración y simpatía, por lo menos un auténtico interés en cualquier lector, y que también quede en la historia de la literatura.
Pareja obra debe observar unidad, equilibrio, armonía y coherencia en el tratamiento que ese escritor o poeta dé al tema y su forma de expresarlo. He echado de menos tales características, sin embargo, en muchas obras “maestras” que han merecido el veredicto de tan puntilloso y altamente capacitado jurado en los últimos años.
Para ser mínimamente escrupulosos, hasta que los libros a concursar no sean enviados con seudónimos a las direcciones o departamentos correspondientes; que lleguen, en su totalidad, a las manos de los miembros que componen semejante jurado; y que estos se lean de pe a pa su contenido, no habría forma de evitar que algunos de ellos, los más influyentes, actúen sesgados o mal predispuestos con tal o cual escritor o poeta por razones ajenas al valor de la obra literaria que concurse, sea porque no pertenezcan a su mismo grupo político, ideología estética, o porque no comulguen en su misma capilla literaria.
Obras premiadas ha habido a través del tiempo que parecen haber sido escritas con un machete, un hacha o con cualquier otro objeto indigno del oficio literario, y no, como se presume, con una pluma y tinta, pero, sobre todo, con arte y brío.
Es el suyo un estilo no pocas veces alambicado, las más, machacón, pedestre, opaco, y de muy escasos vuelos, que -¡gracias a Zeus!- el justiciero polvo de los años en este caso, se encargará de sepultarlas en los anaqueles, donde deben estar.