La 40, el temido centro de torturas de Trujillo que hoy es una parroquia en Cristo Rey
La estructura que se erige pasa desapercibida al transeúnte y lo mismo puede ocurrirle al residente de Cristo Rey, porque hoy, dónde antes estaba el recinto clandestino de torturas más temido de la dictadura conocido como Cárcel La 40, hay una parroquia, una escuela o como dijera Zoila González una de las residentes del populoso sector de Santo Domingo: “una enfermería, un instituto, un centro comunitario”.
Justo en la parte frontal de la Parroquia San Pablo Apóstol, anclada en lo que antes fue la calle La 40 y que hoy se denomina Avenida Los Mártires en honor a los que perdieron la vida bajo la tutela del tirano Rafael Leónidas Trujillo, hay murales que recrean la historia de lo ocurrido.
Allí, existió una casa pintada de rosado con un letrero que rezaba “Rancho Jacqueline”.
Originalmente, la casa perteneció al coronel Luis Ney Lluberes Padrón, quien la bautizó con el nombre de su hija. Luego la vendió al general Juan Tomás Díaz, uno de los hombres que, en 1961, se convertiría en ajusticiador de Trujillo.
Durante años, Díaz habitó la vivienda hasta que decidió venderla al gobierno. Pero el destino de aquella edificación estaba marcado por la tragedia: en 1957, pasó a ser un recinto secreto del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), dirigido por el temido Johnny Abbes García.
El gobierno de Trujillo convirtió La 40 en una prisión fuera de la ley, un sitio donde los opositores eran secuestrados, interrogados y brutalmente torturados. Para evitar que el horror traspasara los muros de la casa, se le construyó una imponente verja de cemento, sellando la morada del sufrimiento.
Tortura sistemática
El interior de La 40 albergaba una maquinaria de crueldad meticulosamente diseñada.
Los prisioneros eran golpeados con palos, se les arrancaban las uñas con alicates y se les aplicaban choques eléctricos en los testículos y oídos. En el patio, perros amaestrados atacaban a los detenidos desnudos y esposados, en un espectáculo de horror programado en intervalos de los interrogatorios.
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Uno de los sobrevivientes, Tomás Báez Díaz, describió la cámara de torturas como una pequeña dependencia aislada, equipada con una silla eléctrica que se alzaba como símbolo del sufrimiento extremo. Freddy Bonnelly, otro prisionero, detalló los instrumentos de tormento: látigos con alambre de púas, cables con núcleos de acero, bastones eléctricos y sogas diseñadas para el estrangulamiento.
Pero no solo el dolor físico marcaba el destino de los prisioneros. Enrique Perelló, conocido como “Enriquito”, fue sometido a un martirio inimaginable.
Se negó a confesar cualquier vínculo con actividades conspirativas y su resistencia le costó una tortura despiadada. Fue electrocutado, azotado con látigos hechos de verga de toro y sumergido en agua con vinagre para intensificar la conducción de la corriente eléctrica. Al no quebrarse, un verdugo intentó castrarlo con un cuchillo sin filo. Sobrevivió, pero su cuerpo quedó reducido a una miseria viviente.
Fotografías del horror
En un acto insólito, los torturadores permitieron la presencia de fotógrafos en La 40. Los hermanos Gilberto y Pedro Aníbal Fuentes Berg fueron forzados a documentar los tormentos infligidos a los prisioneros.

Sin embargo, en un acto de valentía o de locura, lograron sacar clandestinamente los negativos del país para que la comunidad internacional conociera las atrocidades patrocinadas por Trujillo. La represalia fue inmediata: ambos fueron asesinados y sus cuerpos desaparecidos.
El fin de La 40
El 30 de mayo de 1961, el tirano cayó bajo las balas de quienes en su momento, fueron sus hombres. Días después, su hijo Ramfis y el entonces presidente Joaquín Balaguer ordenaron la demolición de La 40. Hay quien comenta que no se quería dejar evidencia para la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA), que había llegado al país para investigar las denuncias de tortura y asesinato.
¿Una réplica de La 40 para recordar?
El terreno donde alguna vez se levantó la temida cárcel La 40 hoy alberga la Parroquia y Escuela San Pablo Apóstol, espacios de educación y fe que contrastan con el oscuro pasado de tortura y represión.
Sin embargo, la posibilidad de construir una réplica del centro de detención como forma de mantener viva la memoria histórica ha generado opiniones encontradas entre residentes y figuras ligadas al sector.

Es impostergable rescatar la historia de La 40
El periodista José P. Monegro, oriundo de Cristo Rey, es enfático en su postura:
«Se ha hecho impostergable que en el sector donde funcionaba el funesto centro de tortura se levante una réplica de esa cárcel que sirva de recordatorio permanente de lo que fue la dictadura».
Para él, la necesidad de un museo en la zona no solo responde a una cuestión de memoria histórica, sino también de educación y reconocimiento de las víctimas.
Monegro refiere que el primer párroco de la iglesia construida sobre el antiguo penal, el padre Lalo, fue torturado en ese mismo lugar antes de convertirse en líder religioso.
Además, menciona como motivos y atractivos históricos, que en el cementerio de Cristo Rey existe una fosa común donde fueron enterradas decenas de personas asesinadas tras la Revolución de 1965, incluyendo combatientes cuyos cuerpos nunca fueron reclamados por sus familias.
Un pasado que aún se siente en las paredes
«Por aquí han venido muchas personas preguntando, con la intención de conocer la historia de este lugar», comenta doña Chichí, quien trabaja como portera en el liceo San Pablo Apóstol.
Con el paso de los años, ha sido testigo del interés que sigue despertando la antigua prisión. Mientras señala algunas paredes del edificio, menciona una historia peculiar: la de la exdirectora Margarita Báez, quien en vida sintió una gran curiosidad por lo que se escondía detrás de un muro en el sótano de la escuela. «Quería saber qué había detrás, pero nunca pudo concretarlo», relata.

A pesar de que la estructura original de La 40 fue demolida, el recuerdo de lo que ocurrió entre esos muros sigue latente en la comunidad.
La juventud y el vacío de la memoria histórica
Para Ramón González, presidente del club Huellas Siglo XXI, el principal problema radica en la falta de interés de las nuevas generaciones.
«Lamentablemente la juventud no tiene nada de conocimiento, ni le interesa, ni nosotros nos hemos preocupado por enseñar lo que deberíamos», admite. Sin embargo, considera que la idea de una réplica de La 40 es una gran oportunidad para revertir esta situación.
«El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla», sentencia González.
Aunque cada 21 de enero se celebra una misa especial con los descendientes de los torturados, reconoce que con el paso de los años la conmemoración ha perdido peso debido al fallecimiento de muchos familiares de las víctimas. «Sería algo importante, novedoso y educativo para los niños», añade.
«La memoria es para no repetir los errores»
El párroco de la Iglesia San Pablo Apóstol, Daniel Armando Masin, también se muestra a favor de preservar la memoria, aunque con un enfoque más amplio. «La historia se basa en documentos, pero conservar la memoria es para no repetir los errores del pasado», reflexiona.

En su opinión, es importante que existan espacios donde las nuevas generaciones puedan acceder a documentos, imágenes y testimonios que les permitan conocer lo que ocurrió.
«Para mí es importante que podamos tener acceso a ciertos visuales o diferentes documentos que nos ayuden a recordar», sostiene.
¿Dónde se haría el museo si no hay espacio?
Uno de los principales obstáculos para la materialización del proyecto es la falta de espacio.
Zoila González, residente del sector, apoya la iniciativa, pero reconoce que la realidad del área limita las posibilidades. «Aquí no hay espacio ni en la parroquia ni en la escuela. Tenemos informática, matemáticas, enfermería, un centro comunitario… no hay dónde habilitar algo más», explica.
A pesar de estas limitaciones, Zoila cree que debería buscarse una alternativa para que la memoria de La 40 no se diluya en el tiempo. «Aunque sea en la escuela o en algún lado, sería bueno que la gente pueda venir y conocer la historia», plantea.
El reto de no olvidar
Las opiniones expresadas reflejan un punto en común: la necesidad de rescatar y mantener viva la memoria histórica de lo que fue la cárcel La 40.
Con voluntad, no sería cosa difícil, basta con identificar un lugar que pueda ser adquirido por las autoridades y replicar en miniatura los eventos que marcaron y destruyeron miles de vidas bajo la dictadura de Trujillo.
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