Como cuentos de espantos y aparecidos, escucharemos múltiples historias -que ya comienzan a ser narradas- sobre la crisis institucional y política que eclosionó ayer durante el proceso de votación para seleccionar los gobiernos municipales en el territorio de la República Dominicana.
En la industria política todo el mundo anda detrás de sus culpables favoritos en función de los intereses creados y el objetivo de más fácil ataque en ese contexto es la Junta Central Electoral (JCE), que recibe los golpes rudos hasta de parte de aquellos que hace pocas horas la defendían a capa y espada.
Pudiera ser que ese organismo -sometido a un zarandeo interminable, por sospechas legítimas o no- haya estado en “Belén con los pastores” cuando manos peludas hacían un descenso simultáneo para adulterar el proceso y, claro, abortarlo en forma escandalosa.
Tampoco son descartables complicidades internas, impulsadas por las bravas e insoportables corrientes de un río desbordado de dinero o de promesas futuras de bienestar material, porque en este caso el delito electoral ni es manifestación de solidaridad, de identidad partidaria ni de ideología.
Sin perder el foco de una investigación exhaustiva -pues la sociedad demanda respuestas transparentes- no debemos perdernos en el reducido campo de la JCE como villano. Hay que ampliar la mirada sobre todo el sistema político.
Aunque la JCE renuncie en pleno (miembros y suplentes), como salida más adecuada ante una crisis de reputación de profundo calado, es posible que esta entidad sea una víctima o el chivo expiatorio de una operación intrusa que no se detectó hasta que la ambición la puso en evidencia.
Tengo esperanzas muy reducidas en que este atentado contra la democracia y la institucionalidad sea documentado o investigado en todas sus partes, sobre todo si subyace algo muy grande, tan inmenso que su revelación destruya los cimientos de la estabilidad política y, por vía de consecuencia, de la estabilidad económica.
Mientras tanto, el mercado de deuda, del turismo, los inversionistas, los gobiernos, las instituciones multilaterales y las agencias calificadoras de riesgo toman notas sobre nosotros. Las consecuencias nos caerán y de manera drástica. El momento es de reflexión y cordura.