Es muy probable que cuando se lee o escucha la palabra confianza, se piensa en algo abstracto en que una o varias personas entiendan que algo pueda suceder con éxito y favorable a sus aspiraciones. También, si se espera que las cosas salgan bien, porque se ha depositado la creencia de que se actúa de forma correcta, delegando tal responsabilidad en determinada figura física o jurídico-institucional, en la cual se confía.
Si esas esperanzas se convierten en frustración, se desmotiva a la población, en sentido general, y esto simplemente se traduce en una desconfianza generalizada, la cual lacera los vínculos que existen entre la sociedad y las autoridades públicas. Sin lugar a dudas, esto entorpece el avance necesario hacia instituciones eficaces, abiertas e innovadoras para favorecer el desarrollo de la sociedad y la economía de manera global.
Esta implosión de la confianza incuba y construye un entorno en el que las empresas y los entes activos que estimulan la economía tienen mucho que perder. Para nada sirve que se exhiban tasas de crecimiento económico, bonanzas económicas u otros parabienes, si la población cae en una crisis de confianza fruto de la insatisfacción de los servicios públicos imprescindibles, mentiras piadosas de quienes administran las cosas públicas y fija la percepción de que las instituciones públicas caen en deterioro y disfuncionalidad.
Cuando en una sociedad se ve un rápido crecimiento de la desesperanza, como resultado de que las personas perciben un incremento en las tasas de inflación y de interés, el desempleo, la pobreza y una baja en su capacidad de compra, la gente parece sentirse extraviada y burlada en un mundo incierto que no le proporciona ninguna garantía. En adición, si aumenta el sentimiento de inseguridad, la percepción de la mentira, la desconfianza en la justicia y el deterioro de la imagen del Gobierno, se asiste a una crisis de confianza sorprendente que se puede interpretar como un fracaso social.
Pero resulta que la confianza se convierte en un tema de actualidad, justamente, cuando falta, y que se acelera su deterioro, en la medida que asistimos a la creciente judicialización de la política; se destruyen los mecanismos institucionales, a niveles bajos, y se violentan los espacios de la cohabitación social y política de un país. Las evidencias empíricas revelan que los actores involucrados se manifiestan incapaces de resolver los conflictos que rodean tal situación, lo que resulta disfuncional y peligroso en perjuicio de la economía, las empresas y la sociedad.
Ante un elevado grado de desconfianza imperante, y sin tener que forzar la mente, podemos aplicar esas reflexiones al panorama predominante en la actualidad dominicana donde, a mi modo de interpretar las cosas, asistimos ante una crisis de confianza por situaciones multifactoriales que colocan nubes grises sobre la nación. En efecto, las alteraciones innecesarias de las cifras oficiales, la creciente inseguridad ciudadana, poca sinceridad para consensuar los temas de trascendencia para el país e inequidad inaceptable en el Congreso, actuando con el criterio de la tiranía de la mayoría.
El impacto, que genera una crisis de confianza en la economía, es desastroso cuyo retardo en la recuperación se traduce en desequilibrio macroeconómico y perturbaciones políticas de consecuencias impensables. En tal virtud, corresponde al liderazgo nacional, la opinión pública y a los hombres de negocios asumir la responsabilidad de impulsar la creación de un puente en el abismo de la desconfianza cuyos resultados se traduzcan en un atenuante para la economía y la convivencia con mejores oportunidades.
A la Luz de la razón, la presencia de la crisis de confianza es perturbadora ya que esta enfrenta un contexto internacional incierto, en materia política y económica, porque desde una visión económica y social, lo que se observa es una desconexión entre las acciones del gobierno y lo que interpreta la población, y esto sí es un alto riesgo. Pero resulta que las implicaciones de la crisis de confianza son profundas y de amplio alcance, pues cuando los gobiernos actúan pensando en las próximas elecciones, buscando dividendos políticos, la economía y la población caen en un abismo difícil de superar, por tanto, la desconfianza se convierte en un fantasma que perturba la esperanza de la población, por tanto, la existencia de una crisis económica nunca se debe negar ni ocultar ya que acelera el factor desconfianza.