La sociedad dominicana sigue padeciendo la ocurrencia de hechos de criminalidad, lo que impone a los estudiosos de la realidad social hacer una profunda introspección para verificar qué pasa en ella y examinar los hechos sociales confluyentes que van más allá de los individuos que ejecutan los crímenes.
En el país hemos llegado a un punto respecto a este mal que hace necesario que también los profesionales de la psiquis ahonden en el tratamiento de nuestras patologías individuales y sociales.
En días recién pasados hemos sufrido la horrorosa ocurrencia de la violación, estrangulamiento, apuñalamiento e incineración de un menor de 10 años de edad, residente en el ensanche La Isabelita, en Santo Domingo Este, cuyo victimario era relacionado con la familia del niño asesinado.
Otro caso fue la muerte de una joven mujer a manos de un hombre que le propinó un fuerte puñetazo en la cara luego de una discusión entre ambos.
Este hecho ocurrió en el sector de San Carlos, de la ciudad capital. También hay que destacar la muerte a tiro, en plena vía pública, de un mensajero a manos de un chofer de autobús perteneciente a una compañía privada de transporte, y la ocurrencia de dos actos de feminicidios que son parte de la especie de pandemia que nos azota. Estos actos y otros permiten afirmar que en nuestras calles circula una cantidad indeterminada de reales y potenciales asesinos.
Los hechos de criminalidad que vivimos se vienen sucediendo con celeridad, de manera fluida. Esta circunstancia, a la que se añaden las grandes deficiencias institucionales, impide un seguimiento y análisis detenido que permita una interpretación profunda, pormenorizada de sus circunstancias y causas, de modo de arribar de manera más fácil a la proposición y establecimiento de las acciones y de los dispositivos que ayuden a disminuir la ocurrencia de los señalados hechos.
En torno a los actos de criminalidad, de atracos y robos, el gobierno de los Estados Unidos ha alertado a los ciudadanos de ese país que piensan viajar a la República Dominicana para que aumenten su seguridad, dado que, según lo indica, los referidos actos son comunes en el país.
Reconocemos el derecho del gobierno norteamericano a alertar a sus ciudadanos, pero llama la atención que no lo haya hecho en momentos anteriores igualmente delicados, sino luego del establecimiento de relaciones diplomáticas del país con la República de China.
Sobre el problema de la criminalidad, no nos llamemos a engaño, vamos mal. Así es visto también por la pastoral del episcopado dominicano recién difundida. Sin embargo, no pensemos que es un mal inevitable.
El mismo puede ser revocado o disminuido con voluntad política. Es decir, incrementando el compromiso del Estado para atender la educación, el empleo y la salud física y mental de todos los ciudadanos.