Los anunciantes que mantienen ciertos medios necesitan preguntarse seriamente si sus marcas y productos merecen estar asociados al ejercicio de un periodismo deleznable que sin su apoyo sería imposible o precario.
El morbo vende, indudablemente. Negarles apoyo significa un riesgo como ante mafiosos o chantajistas. Pero empresarios y publicistas poseen hoy una inmensidad de medios tan diversa, que difícilmente pueda justificarse ética y moralmente ayudar a engordar monstruos que corroen las bases de nuestra sociedad.
Muchos de los escándalos de corrupción y otras lacras sociales están íntimamente relacionados a la impunidad, pero quedar sin castigo no se refiere solo a ilícitos penales o vagabunderías administrativas públicas o privadas.
Impunidad es también dedicarse al ejercicio irresponsable y vergonzoso del peor periodismo, que concita alta popularidad igual que la lucha libre o ciertos espectáculos artísticos, pero cuyo fondo deforma la conciencia social.
En vez de castigarse, algo que toca a quienes asignan la publicidad que alienta esos endriagos, el fenómeno de audiencia obra el milagro de su impunidad. Publicistas y empresarios deben meditarlo.